Director: Jacques Audiard. Guión: Alain Le Henry y Jacques Audiard. Intérpretes: Mathieu Kassovitz, Anouk, Sandrine Kiberlain, Albert Dupontel, Jean-Louis Trintignant. 105 min. Adultos.
En su segunda película como director, el francés Jacques Audiard (Regarde les hommes tomber) ofrece un singular estudio sobre la mentira y, en concreto, sobre la mentira de la historia oficial de Francia sobre la II Guerra Mundial. Para ello ha adaptado la novela Un héros très discret, de Jean-François Deniau. El film ganó el Premio al mejor guión en el Festival de Cannes 1996 y la Espiga de Plata en la Seminci de Valladolid de ese año.
La trama describe la alucinante historia de Albert Dehousse (Mathieu Kassovitz), un joven gris, tímido e imaginativo, traumatizado por el posesivo carácter de su madre y por el inquietante recuerdo de su padre, muerto durante la I Guerra Mundial en extrañas circunstancias. A pesar de su apatía, al final de la II Guerra Mundial Albert se casa y encuentra trabajo en su pueblo. Así vive felizmente, ajeno a la ocupación alemana y a la Resistencia, hasta que en 1945 estalla la tumultuosa paz, con el consiguiente ajuste de cuentas a los colaboracionistas.
Entonces, Albert decide abandonar a su familia y empezar de nuevo en París. Allí malvive hasta que una serie de encuentros fortuitos le animan a afrontar un plan descabellado: convertirse en el héroe de guerra que no ha sido. Con tanto empeño y habilidad lo pone en práctica, que Albert se introduce en los círculos más selectos de la antigua Resistencia e incluso es destinado como coronel a la zona de ocupación francesa en Alemania. Y el que nunca había tenido nada, salvo su poderosa imaginación, ahora tendrá todo: honor, poder, amistad, amor… Pero, también por primera vez, sufrirá el peso insoportable de la conciencia, del sentido moral de las cosas.
Alain Le Henry y Jacques Audiard articulan su poderoso guión a través de una compleja estructura caleidoscópica, salpicada de flash-backs, contrapuntos oníricos, fragmentos de viejos documentales, entrevistas en vídeo a supuestos testigos de la historia y hasta declaraciones del propio Albert ya septuagenario (Jean-Louis Trintignant). Esta arriesgada opción afecta a veces a la claridad expositiva, pero logra dotar a la historia de una riqueza de mensajes y de puntos de vista que enriquece sin duda la vistosa puesta en escena de Audiard, a medio camino entre el cine convencional, la televisión y el videoclip. Por su parte, todos los actores encarnan con convicción y recursos a sus personajes, especialmente el joven y polivalente actor-director Mathieu Kassovitz (Metisse, El odio, Assasin(s)), que recrea muy bien a Albert en su paradójica faceta de pasmado caradura. Mención aparte merece la espléndida partitura de Alexandre Desplat, a la que Audiard otorga un importante papel dramático, hasta el punto de mostrar de vez en cuando a los propios músicos interpretando.
Este apabullante despliegue audiovisual sólo se resiente de la indefinición ética del tratamiento de fondo. Ciertamente, el desenlace parece subrayar el valor de la conciencia moral y la imposibilidad de edificar una vida sobre la mentira, tanto a nivel personal (el cobarde Albert convertido en héroe) como a nivel social (la ocupada Francia convertida en vencedora del nazismo y hasta en fuerza de ocupación de Alemania). Incluso, parece hacerse un elogio del arrepentimiento y del reconocimiento de las propias culpas, también personales o sociales. Pero, hasta esa conclusión, la película se identifica hasta la simpatía con el pasmo moral del impostor protagonista; de modo que parece considerar aceptables la irresponsabilidad y el permisivismo sexual de él mismo y de sus amigos -algunos de ellos homosexuales y lesbianas-, mostrados en ocasiones con un excesivo exhibicionismo, sobre todo verbal. Este enfoque deja en el espectador una incómoda sensación de cínica ambigüedad, que impide disfrutar plenamente de los indudables valores artísticos de la película.
Jerónimo José Martín