El hombre serio y preocupado es Larry Gopnik, un profesor universitario de Física, judío, casado y con dos hijos adolescentes al que el mundo se le va desmoronando poco a poco; primero su matrimonio, luego su trabajo y, después, y sobre todo, su tradición religiosa donde no encuentra las respuestas que busca angustiosamente.
Después del divertimento enloquecido de Quemar después de leer, los hermanos Coen vuelven al universo de Fargo o Sangre fácil; una historia cínica poblada de patéticos individuos con un telón de humor negro, en este caso, muy negro.
En esta película, los Coen han escrito un guión autobiográfico que podría haber firmado Woody Allen. De hecho, toda la película es muy Allen, desde el soberbio modo de ambientar la vida en un barrio hasta la afectadísima naturalidad de las interpretaciones (en esta ocasión, los dos realizadores americanos han contado con un reparto de actores de teatro y televisión poco conocidos). Para acuñar este sello Allen, los Coen entran de lleno en una ácida visión del mundo judío representada con verosimilitud -como confiesan ellos mismos- pero también con bastante mala sangre (aunque lo nieguen los cineastas).
¿El resultado? A ratos brillante, como en la presentación del personaje principal, interpretado por Michael Sthulbarg, que aspira a un Globo de Oro, y a ratos -como le pasa a Allen- cargante. Aunque, afortunadamente, los hermanos Coen -que pecan por exceso de cinismo y de “tortura” a sus personajes- nunca incurren en el tono aleccionador, tan molesto, al que nos sometió Woody Allen en su última película.