Frente a los agónicos retratos de la maternidad sufriente –pienso, por ejemplo, en Agosto, pero podría dar una decena de títulos recientes–, lo más positivo de Una madre imperfecta es que es un homenaje a una maternidad defectuosa, sí –porque todos los seres humanos venimos con cierto fallo de fábrica–, pero alegre, positiva, abierta, generosa y, sobre todo, imprescindible.
La sinopsis es un poco de telefilm de sobremesa: una mujer que, al quedarse viuda, asfixia con sus desvelos a su hija treintañera, a la que va a matar de puro cariño. Digo que la sinopsis es de telefilm, y también es televisiva la propia estructura episódica y algunos recursos y subtramas (como la manida boda de lesbianas) que parecen haber sido escritos directamente para la caja tonta (ahora, con el triunfo de Sorkin y compañía, la tele se ha vuelto más inteligente pero hubo tiempos –y así sigue siendo a veces– en los que la pantalla pequeña era la tonta de la casa).
Y, sin embargo, hay algunas notas que apartan a Una madre imperfecta del telefilm. En primer lugar, un reparto que lidera nada menos que Susan Sarandon (da cuerpo y fuerza a un personaje que, además, no está nada mal escrito), acompañada de la eficaz Rosa Byrne y –redoble de tambores– J.K. Simmons. Es impresionante lo que hace este actor, capaz de transformar el antipático gesto del maestro de Whiplash en la más atractiva y desarmante de las sonrisas.
Además del reparto, Una madre imperfecta pone en escena algunas situaciones que tienen la frescura y la fuerza de la vida misma. Y, aunque se le puede achacar una despreocupación ante el permisivismo que resulta frívola y una tanto irresponsable, también es cierto que defiende –detrás de esa capa superficial– algunas verdades muy positivas. Que un matrimonio fiel siempre será un garante para la felicidad de las personas que crecen a su sombra, que la comunicación entre padres e hijos tiene que estar por encima de choques, peleas e incomprensiones, y, sobre todo, que la escuela donde aprendemos a relacionarnos es la familia, y la mejor maestra sentimental –con sus más y sus menos– suele ser, primero, la madre y después el padre. Un básico que con tanta familia de diseño estamos perdiendo de vista.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta
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