Después de La suerte dormida, su más que decente estreno como directora, la veterana guionista y actual presidenta de la Academia de Cine Ángeles González-Sinde adapta la novela homónima de Elvira Lindo. Rosario y Milagros son dos amigas instaladas en la treintena que trabajan como barrenderas. Milagros es vitalista, despreocupada, posesiva y con una inmadurez que raya en lo enfermizo. Rosario vive con su madre enferma y trata de espantar su pánico a quedarse sola a través de la relación con un compañero de trabajo al que en realidad no valora.
La película -como la novela- es una radiografía muy pegada al terreno de unos personajes a los que golpea la vida mientras buscan asideros donde agarrarse. La cineasta madrileña acierta al retratar el desconcierto de un ser humano con pocos referentes morales ante la complejidad de algunas situaciones -la soledad, la muerte, la incomprensión o la locura- que no tienen una respuesta fácil. Ni lo es el sexo, ni el optimismo ciego, ni la religión como parche. En medio del dramatismo que rodea la película, especialmente en su tramo final, González-Sinde aporta una salida de emergencia y una posibilidad de cambio a través del perdón, y así evita que la cinta caiga en el nihilismo.
La mano de Elvira Lindo se nota en algunos diálogos chispeantes y de una verosimilitud que cuesta encontrar en el cine español y que aligeran también la carga dramática de la historia. El tono sobrio de la narración solo se rompe en algún momento excesivamente trágico y en una escena sexual que suena a concesión pura y dura. González-Sinde maneja bien el tempo de la historia y consigue que el espectador enganche con la historia a pesar de los vaivenes temporales y los frecuentes flashbacks. También ayuda la notable interpretación de la pareja protagonista, que consiguen dar bien las notas tanto en el registro dramático como en el cómico.