Wang, triste y avejentado dueño de un pequeño restaurante en una remota localidad china, descubre que su joven esposa lo engaña con uno de sus empleados. Wang contrata a un matón para que liquide a la infiel pareja. Debería ser un asunto fácil, pero las cosas se tuercen y nos encontramos con una terrorífica serie de muertos, no siempre los que se preveían.
Esta historia marcó el inicio de la carrera de los hermanos Coen con Sangre fácil (1984), y ahora puede marcar –de forma muy diferente– la de Zhang Yimou. Para muchos, sobre todo en Estados Unidos, resulta una desagradable sorpresa la farsa que ha realizado el director de ¡Vivir!; parecen ignorar que en China el género paródico es muy apreciado y que una obra como Kung Fu Sion fue allí uno de los mayores éxitos de la historia, a pesar de que aquí fue ignorada. En fin, el debate sobre la trayectoria de Yimou sigue abierto.
Aclarado ese punto, la forma, los personajes, las situaciones, son descaradamente esquemáticos y caricaturescos. Desde el principio estamos en el reino de la farsa –el estilo tiene que ver con el teatro popular–, y si el espectador se olvida de buscar a los Coen detrás de esas tomas, puede disfrutar del espectáculo. Más adelante se reconoce que la historia va en serio, que hay un parecido real con Sangre fácil, y que Yimou ha conseguido el ambiente de thriller y el humor negro del original.