El director y guionista Maurice Pialat (L’enfance nue, Loulou, Sous le soleil de Satan) tiene el acierto de tomar la biografía de Van Gogh en sus últimos tres meses de vida, lo que le permite no correr. Pero, desgraciadamente, ese mismo estar sobrado de tiempo le ha llevado a demorarse durante dos horas y media y a irse por las ramas con sucesos marginales y nimios, que acaban cansando.
Pialat ha hecho una biografía desmitificadora y, muy probablemente, falsa, pero artísticamente creíble. Como biografía, ni las cartas a su hermano Theo ni sus cuadros ni los datos del Doctor Gachet dan pie para construir un Van Gogh tan vulgar, indigno y acabado; pero la figura de ese pintor que presenta Pialat es fuerte, trágica y coherente.
A sus casi setenta años, Pialat, al interesarse así por la pintura, parece haber vuelto a sus primeros tiempos de pintor: sólo una mirada como la suya es capaz de presentar una realidad tan plástica, unos objetos, unas personas, un paisaje… que parecen pedir que alguien los pinte. Luz, color, sombras… son en esta película misterio y vida que subrayan o enmarcan o prolongan… el alma de sus personajes, de sus figuras.
Cada una de las largas y sostenidas secuencias, tomada en sí misma, es un alarde de perfección. Pero el conjunto se desploma, como un árbol al que le creciera una rama de un modo desmesurado. Le falta equilibrio.
Pedro Antonio Urbina