La cuarta película del pintor y cineasta Julian Schnabel (Basquiat, Antes que anochezca y La escafandra y la mariposa) es una de las mejores en su empeño por acercarse al misterio del arte, del arte de pintar. Es una obra bellísima y ardua: participa plenamente de la sentencia de Nicolás Gómez Dávila: “Lo que no es complicado es falso”. Me parece que quien vaya a ver una película playa y colorista de Walt Disney puede contrariarse al encontrarse con el cine montaña de un autor que asume riesgos narrativos y lleva al espectador por una senda ascendente.
Quien haya leído las conmovedores (y obsesivas) Cartas a Theo reconocerá complacido las líneas del excelente guion que traslada al cine las ideas sobre la pintura de un hombre de 37 años que, en sus últimos 70 días de vida, hace 90 cuadros. Para Vincent, pintar es olvidarse de sí mismo, perderse para el mundo; encuentra la paz en la actividad frenética. No olvidemos que no pinta durante sus estancias en las dos residencias psiquiátricas en las que ingresa voluntariamente por consejo del cura católico de Auvers y de su hermano.
“Mauve me echa en cara el haber dicho ‘yo soy un artista’, pero no me echo atrás, porque resulta claro que esta palabra lleva implícita la significación de buscar siempre sin encontrar jamás la perfección. Se contrapone a la afirmación de ‘ya lo sé, ya lo he encontrado’. Esa frase significa por lo tanto, que yo sepa: ‘yo busco, yo persigo, y lo hago con todo mi corazón’”. Es lo que escribe Vincent a Theo en abril de 1882 desde La Haya, respondiendo a los reproches de su primo Anton Mauve, acuarelista.
¿Se dan ustedes cuenta de lo difícil que es contar estas cosas y contarlas bien, respetando la espiritualidad profunda de Van Gogh, su anhelo de Dios? Seguro que sí y, por eso, quedarán maravillados con esas caminatas de un Willem Dafoe magnífico que encarna al frágil y fervoroso Vincent. Y entenderán que Schnabel use la cámara en mano y en ocasiones desenfoque la parte inferior del plano y use la bellísima partitura para piano de Tatiana Lisovskaia para facilitarnos la comunión con un artista que es reconocido por sus compañeros artistas, pero que no vende casi nada en vida. Quizás porque su hermano Theo (murió seis meses después que Vincent) y su viuda sabían que el momento del pintor holandés estaba por llegar.