Esta es una de esas películas que justifica la afirmación de que el cine se ha hecho mucho más democrático con la llegada de las nuevas tecnologías digitales porque facilitan la producción de cine independiente. Vencer o morir aborda un asunto que durante décadas ha sido tabú en Francia, por la extendida tendencia de un amplio sector de historiadores, políticos y ciudadanos a pensar que la Revolución Francesa y sus excesos no son tema para una película. Baste recordar el vacío que le hizo Cannes al mismísimo Éric Rohmer que no pudo estrenar en ese festival la hermosa y honesta La inglesa y el duque (2001).
En 1793, la Convención decidió eliminar a los que se oponían a sus medidas. En varias regiones de Francia, especialmente en la Vendée, hubo muchas protestas contra medidas que las nuevas autoridades políticas tomaron en relación con la economía agraria y los impuestos; también contra la decisión de obligar a los sacerdotes católicos a prestar juramento de fidelidad al estado francés.
La película cuenta la rebelión campesina desde el punto de vista de uno de sus jefes militares, François Athanase Charette de La Contrie (1763-1796), un oficial de la Marina retirado desde 1790, al que proponen los campesinos que les lidere. Mal equipados y sin instrucción militar, tendrán que combatir con tropas muy superiores en número, armamento y adiestramiento.
Produce la película, Puy du Fou, la empresa fundada por Philippe de Villiers en 1989 que tiene dos grandes parques de temática histórica: uno en Francia (Les Epesses, departamento de la Vendée) y España (Toledo). Rodada en localizaciones de la región donde ocurrieron los hechos, la cinta tiene un guion quizás demasiado didáctico, pero se ve con mucho interés. No es fácil explicar la muerte de 200.000 personas y la ejecución de sus líderes por parte de un régimen que prometía Libertad, Igualdad y Fraternidad. Es una historia muy triste, de la que cabe extraer muchas conclusiones. Una de ellas, que los tiranos –sean del signo que sean– pueden y deben ser combatidos, aunque solo sea para dejar a la posteridad un ejemplo de valentía y justicia.
Los directores se estrenan en el largometraje de ficción. Tenían mucha experiencia en documentales históricos. Ambas cosas se aprecian en la dramaturgia de la película, que no desarrolla bien al personaje protagonista y resulta excesivamente caleidoscópica y en ocasiones, simplista. Pero lo que se cuenta está bien rodado, tiene un diseño de producción digno y resulta interesante.
En Francia la vieron 300.000 espectadores y ha contado con el apoyo institucional de las regiones del noreste francés que demandan respeto por la historia y por la memoria de unos antepasados que no eran fanáticos ultramontanos (no son pocos los historiadores que siguen manteniendo que aquello fue una confabulación de curas y nobles contra la Revolución). Otros historiadores sostienen que fueron personas que quisieron defender su fe, su modo de vida, su libertad para participar en las decisiones de su país.
La película recuerda inevitablemente a Cristiada (2012), protagonizada por Andy García.