Angelina Jolie (Los Ángeles, 1975) es la pretendida inyección del motor diesel de un thriller de polis y psycho-serial-killer bastante convencional, que debiera –puestos a deber– haber transitado por carreteras secundarias pero prefiere meter la quinta y tragar minutos por la segura comodidad anodina de las autopistas. La chica, mona y atlética como siempre, pone empeño; pero el guión es muy escasito, y tanto ella como el tejano Hawke están bastante perdidos.
Todo (la rivalidad entre polis, las morbosas autopsias, los ambientes enrarecidos y siniestros en la luminosa Montreal, los interrogatorios y las persecuciones, la truculencia y los sobresaltos) sabe a cine tedioso y previsible, que recurre a reclamos vergonzantes (una secuencia erótica, encajada a martillazos) para sacar al espectador de una intensa sensación de perplejidad. Se salva el llamativo reparto internacional y una correcta realización. La película ha alcanzado en Estados Unidos el tercer lugar por ingresos de taquilla, viniendo a demostrar que la fascinación por CSI y demás parafernalia pesan en unos productores que han encomendado el proyecto a un experimentado realizador de televisión.