Poco conocido fuera de su país, el realizador suizo de 67 años Fredi M. Murer tiene una dilatada trayectoria como guionista y director, en la que destacan títulos como Grauzone, Alpine Fire o Vollmond. Vitus es un emotivo acercamiento al drama de los niños prodigios, en línea con películas como En busca de Bobby Fischer o El pequeño Tate.
Vitus, cinco años, lee enciclopedias, oye como un murciélago y toca el piano como un virtuoso. Sus padres ponen los medios para que el chaval se convierta en un famoso pianista; pero Vitus prefiere jugar en el taller de su abuelo, donde diseña aviones con él.
Lo primero que destaca de esta película es su calidez y sensibilidad, que esquivan los tópicos sobre la supuesta frialdad suiza. Esa calidez —subrayada por la excelente banda sonora— permite a Murer impulsar la historia con sorprendentes giros dramáticos, que podrían haber debilitado su credibilidad. También ayudan a evitar ese defecto las sensacionales interpretaciones de Bruno Ganz —que está divertidísimo en el papel del abuelo— y de los niños Fabrizio Borsani y Teo Gheorghiu, que interpretan a Vitus con 6 y 12 años, respectivamente.
Por lo demás, la película desarrolla una reflexión muy interesante sobre la paternidad y la educación; sobre el error de pretender convertir a los hijos en autómatas o títeres que satisfagan los deseos de los padres; sobre las adicciones modernas al trabajo y al éxito en gente normal y bienintencionada. En fin, una película muy atractiva, profunda en sus planteamientos, pero, a la vez, divertida y amena.