Una joven pareja quiere comprar una casa. Acuden a un agente inmobiliario, bastante intrigante, que se ofrece a enseñarles una urbanización que aparentemente cumple todos los requisitos a pesar de su aspecto fantasmal.
Estrenada con buenas críticas en el Festival de Sitges, estamos ante un producto poco clasificable –mitad sátira futurista, mitad cinta de terror– que juega con una estética muy cuidada, gélida y perturbadora, y con un trío de actores que soportan una narración extraña pero con la capacidad de inquietar e interesar al espectador.
Aunque es una de esas películas que, por su diseño, podrían prestarse a la reflexión, al margen de una indudable crítica al capitalismo y la sociedad de bienestar, reconozco que he sido incapaz de ver nada más. E incluso esa crítica no se apoya en ningún argumento ni especulativo ni narrativo. Es cierto que, como en tantas películas de terror, la casa pasa de ser un espacio de confort a convertirse en el centro de una pesadilla y, detrás de esa trilladísima metáfora, se puede percibir la crítica a una sociedad que busca en lo material una seguridad que es solo apariencia. Pero para ese viaje, lo dicho, muy recorrido en el cine, no hace falta demasiado equipaje.
La cinta tiene a su favor las interpretaciones de Imogen Poots y Jesse Eisenberg que soportan sobre sus hombros una cinta más apoyada en la atmósfera que en una historia propiamente dicha. Con todo, interesará a los amantes del género de terror sofisticado, con poca sangre y mucho elemento bizarro.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta