Hay quienes recordarán al «Pera», delincuente muy precoz, que ocupó muchos titulares de diarios entre 1978 y 1980. La historia acaba bien porque, tras más de 150 detenciones, un juez lo envió a la Ciudad de los Muchachos y aquella escuela y el influjo benéfico del Tío Alberto lograron que el «Pera» volviera a ser Juan Carlos Delgado.
La vida del «Pera», narrada por el protagonista, podría ser apasionante; pero, pese a su buena voluntad, Albaladejo no ha sabido darnos una gran película. Se limita a acumular anécdotas, recuerdos aislados e inconexos del protagonista, pero no hay un relato continuado que muestre quiénes son los personajes, sus motivaciones ni su evolución. Y todo ello a pesar de que el cineasta sigue el patrón de «Los olvidados», de Buñuel, influencia evidente en las primeras secuencias. Pero después, este modelo queda completamente olvidado. Está claro que Albaladejo se mueve más a gusto por el sendero de la comedia y en la distancia corta que por la senda larga del drama. También que no quiere que le consideren moralista, y ahí está el crudo despertar a la sexualidad de un niño de la mano de una prostituta.
Fernando Gil-Delgado