Unión Soviética, años 50. Katia, una joven viuda de guerra, viaja en tren con su pequeño Sania; conoce a Tolian, quien, disfrazado de oficial del Ejército, oculta su verdadera tarea: robar. Katia se enamora del ladrón, y Sania, que al principio no le acepta como compañero de su madre, luego le quiere como al padre que no tiene…
La tormentosa vida que llevan juntos Katia y Tolian, sus continuos viajes y cambios de domicilio para huir de la justicia, permite a Pavel Chujrai recrear los ambientes del final del estalinismo: viviendas colectivas, pobreza, miseria material y moral… Tres magníficos personajes que parecen la quintaesencia de la perspectiva humana: Tolian, el ladrón, la pillería sin escrúpulos, su falsía, la pérdida de un verdadero ideal; Katia, la madre, el amor, la desolación, el dolor, las víctimas; y el niño Sania, con su ingenua credulidad, su limpia mirada ilusionada, abierta al futuro…, que la maldad de los mayores truncará.
Ha contado el director con tres magníficos actores -además de muchos personajes esporádicos-, que dan perfectamente ese toque humano, el encanto, esa hondura que consigue despertar el respeto que toda persona merece. A pesar de que las circunstancias aludan a una realidad histórica, Chujrai no hace una crítica social o política: es la suya una mirada cansada, llena de amargo desencanto, que se vuelca en piadosa ternura hacia sus gentes.
Y lo hace con un magistral dominio del lenguaje cinematográfico, sobrio, sustantivo, ajeno al sentimentalismo efectista: confía en la fuerza de los hechos de un guión rotundo. Música y dirección artística secundan, o mejor, hacen unidad con dirección y guión.
Una obra profundamente humana, desoladora, de una tristeza inmensa, pues alcanza a mostrar el terrible poder del mal: la muerte del alma -la desesperación y el odio-, del alma de un adolescente.
Pedro Antonio Urbina