Quienes recuerden la versión de Watchmen de Zack Snyder (2009) –en mi opinión lo más valioso del director de 300–, o el cómic original de Alan Moore, Higgins y Gibbons, no deben temer enfrentarse a esta serie de Damon Lindelof.
El creador de Lost y The Leftovers ha tomado al pie de la letra lo de hacer una versión libre y personal del material original. Se mantiene la tramoya de ciencia-ficción con evidentes connotaciones políticas y sociológicas de un mundo a la deriva, al estilo de V de Vendetta (también basada en una novela gráfica de Alan Moore), pero con el ingenio de un creador nuevo que pretende sorprender constantemente al espectador. En este punto, Damon Lindelof se acerca especialmente al estilo imaginativo de series como Legión, de Noah Hawley, o The OA, de Zal Batmanglij y Brit Marling.
Desde el desconcertante primer capítulo de la serie, Lindelof juega con el espectador con constantes volteretas argumentales y temporales que, aun así, resultan inteligibles y coherentes. La enorme variedad musical, así como la diversidad en el uso del color y los diferentes tipos de planificación se compenetran con escenas genuinas que consiguen conectar entre sí. En este atractivo puzle tienen prioridad la creatividad en el diseño de personajes, en el que hay inteligencia, humor y cinismo en los brillantes diálogos.
A lo largo de la serie, el punto de vista de la narración cambia constantemente y favorece el protagonismo de personajes tan logrados como el de Regina King (ganadora del Emmy por interpretar a la emblemática Sister Night), Tim Blake Nelson, Don Johnson o Jean Smart. Tanto en desarrollo de personajes como en calidad artística y técnica de la producción, Watchmen se sitúa por encima de las series sobre cómic, habitualmente marcadas por presupuestos ridículos comparados con el cine. Hasta ahora eran destacables la sobresaliente Daredevil, de Drew Goddard, y los entretenidos juguetes de DC Comics (The Flash, Arrow, Supergirl). Watchmen puede presumir de elevar el listón, pero, eso sí, utilizando puntualmente un tono más salvaje, heredado de Alan Moore, aunque también traducido a su manera perversa por Lindelof, consciente de que en HBO esos salpicones de erotismo ofensivo cercano a la pornografía son marca de la casa.
La serie funciona mejor cuando intenta desarrollar las tramas y los personajes que al sugerir relecturas maniqueas y oportunistas sobre política y sociología actual. Ahí surgen los recurrentes discursos de moda, y esas rutinas distorsionan el evidente ingenio de esta serie, ganadora de cuatro de los premios Emmy más importantes de este año (miniserie, guion, actriz principal y actriz secundaria).