Actualización 28-03-2022:
Oscar a la actriz de reparto (Ariana DeBose)
Reconozco que lo único que sabía de la nueva versión de West Side Story es que la dirigía Steven Spielberg. Hago eso con muchas películas. No leo nada antes y, a veces, ni siquiera veo el tráiler. Prefiero acercarme a ellas como se acercará la mayoría del público. En blanco. Si además sospecho que la película puede decepcionarme, voy más en blanco todavía. Y así fui a ver West Side Story. Sin saber si el musical iba a estar localizado en el presente o en el futuro, si Tony y María se comunicarían por WhatsApp, si encontraría los míticos temas de Bernstein o cantaría Ed Sheeran. Lo dicho, en blanco. Y cruzando los dedos y con casi pánico, porque si hay una película que he visto decenas de veces es West Side Story.
Todos mis miedos se diluyeron en segundos. Unos cuantos fotogramas y el silbido de los Jets me trasportaron al mítico mundo del clásico. 155 minutos después me hubiera quedado a vivir para siempre en el West Side Story de Spielberg.
Y se puede –y se debe– elogiar el casting de esta versión, y hablar del descubrimiento de la debutante Rachel Zegler, en el papel de María, y de lo bien que mantiene el tipo Ariana DeBose, que no lo tenía fácil interpretando a Anita. Se puede –y se debe– aplaudir la banda sonora de David Newman y la grabación que ha hecho Gustavo Dudamel (director de la Filarmónica de Los Ángeles), e incluso hay que alabar el guion de Tony Kushner, que –respetando fielmente el libreto original– ha sido capaz de subrayar el conflicto central –el amor como único medio de superar el rechazo al diferente– con una actualidad que conectará con los espectadores contemporáneos. En definitiva, hay mucho y muchos a quienes elogiar por esta película. Pero el máximo reconocimiento tiene que ir para Spielberg.
El veterano cineasta llevaba años diciendo que quería dirigir un musical, y ha acometido una empresa temeraria: coger el clásico que Robert Wise dirigió hace 60 años, basado a su vez en un musical de Broadway que adaptaba a su manera la historia de Romeo y Julieta, y presentarla de nuevo al público.
Un clásico, además, que no había envejecido, que mantenía –y mantiene– toda su fuerza. La pregunta hasta hace unas semanas era: ¿pero es necesario este remake? Y la respuesta es que quizás no, pero ahora sí. Hacía falta esta versión.
Entre otras cosas, para enseñar a los nuevos cineastas cómo se puede adaptar un clásico (hay miles de ejemplos de cómo destrozarlos). Spielberg se pega literalmente al texto, al espíritu, a la música y a las letras del musical. Llega a copiar al milímetro algunas escenas que forman parte del imaginario colectivo (la escena en el balcón de María, o el cinturón rojo que llega en el momento adecuado). Y con esa sólida estructura, se atreve a añadir y a enriquecer. A veces son pequeños detalles –el lugar del primer encuentro entre Tony y María–; otras, son aportaciones más de fondo como las escenas rodadas en español o esa profundización en los personajes latinos, mucho más desarrollados que en la versión anterior.
Hay decisiones muy arriesgadas… que funcionan. Porque hay que ser valiente para “bajar” América de la mítica azotea y rodarlo en las calles de Nueva York. Pero el resultado es electrizante. Un número musical todavía más grande. Y era difícil. En general, lo de las coreografías de esta nueva versión es espectacular.
Y, por último, hay un continuo trabajo de la cámara (es prodigioso el movimiento durante todo el metraje), del tratamiento de la luz, de la planificación, la puesta en escena y la fotografía que corrigen algunos aspectos excesivamente teatrales de la obra de Wise.
En definitiva, Spielberg ha rodado una obra maestra. Ni mejor ni peor que la de 1961. Es “otra” obra maestra, 60 años después.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta