El tenista inglés Peter Colt, por debajo del número cien de la ATP, pasa de los treinta y juega su último Wimblendon. Por su parte, la veinteañera nortemericana Lizzie Bradbury aspira a ganar el torneo.
En apariencia, esta película era otra comedieta romántica más, tópica, superficial y algo soez, como las dos aventuras fílmicas de Bridget Jones, escritas por uno de sus guionistas. Este prejuicio se cumple en parte, pues la trama es convencional e incluye unas cuantas concesiones groseras. Además, la realización del inglés Richard Loncraine («Ricardo III») es bastante rutinaria y chirría en los torpes partidos de tenis, rodados casi sin vibración épica. Sin embargo, también es verdad que el resultado es grato de ver, ofrece numerosos «gags» divertidos y propone un atractivo modelo sentimental y familiar, marcado por la responsabilidad, la donación al otro y la maternidad como componente esencial.
En este sentido, la película se beneficia de su descarado parecido con «Notting Hill», tanto argumental, como estructural y de fondo. Desde luego, los guionistas de «Wimbledon» no tienen el talento de Richard Curtis; el director Richard Loncraine es bastante inferior a Roger Michell; y Kirsten Dunst y Paul Bettany carecen del carisma de Julia Roberts y Hugh Grant. Pero todos ellos cumplen sobradamente, y hacen llevadera esta divertida comedia, que podría haber sido mucho mejor con un mayor respeto a la inteligencia y al buen gusto del espectador.
Jerónimo José Martín