Con los sucesos del 11 de septiembre de 2001 han quedado escritas de modo indeleble las primeras líneas de la historia del siglo XXI. El film que nos ocupa, para escándalo de los seguidores del Oliver Stone más polémico, no trata de hacer sesudas lecturas acerca de lo que significó lo ocurrido en tal día. Simplemente, y no es poco, toma ese marco para contar el drama muy personal de dos policías que quedaron enterrados bajos los escombros de una de las Torres Gemelas. John McLoughlin y Will Jimeno habían acudido allí con intención de ayudar a las personas atrapadas en el atentado. Pero poco pudieron hacer, excepto sobrevivir. Con precisión de entomólogo Stone, que se pliega a pies juntillas al guión de Andrea Berloff, describe la angustia de la pareja de policías y de sus familias, que aguardan noticias en el exterior. Y apunta cómo la fe y el recuerdo de sus seres queridos se convirtieron en fuerte acicate para resistir.
El film tiene un fuerte sabor clásico, y muestra las diversas caras del heroísmo, sin dar pie a cinismos baratos o a discursos políticos que no venían al caso. La única licencia que se permite Stone en este sentido es la del personaje del tenaz «marine» que rebusca entre las ruinas, del que se señala su afán de vengar la afrenta sufrida por Estados Unidos, que cumplió alistándose para ir a Irak. Aparte de esta reacción, muy humana al fin y al cabo, tenemos una historia cuyo final conocemos, bien narrada, con interesantes tipos humanos. Destaca por supuesto la pareja de Nicolas Cage (que en el film recuerda a James Stewart, al igual que Kevin Costner parecía un primo lejano de Gary Cooper en «JFK») y Michel Peña, mientras Maria Bello y Maggie Gyllenhaal cumplen encarnando a sus sufrientes esposas. Aunque se diría que el director se encuentra menos suelto que en otras ocasiones, todo el arranque de la película, con la idea de la sombra maligna de uno de los aviones y el desplome de las Torres, es más que notable.
José María Aresté