Durante la Segunda Guerra Mundial, el niño telépata Charles Xavier se hace amigo de Raven Darkholme, una chica de piel azul con escamas, capaz de transformarse en cualquier otra persona. Mientras tanto, un niño judío, Erik Lehnsherr, descubre sus impresionantes poderes para controlar los metales con la mente después de ser testigo del asesinato a sangre fría de su madre.
Años después, en plena Guerra Fría, una tenaz agente de la CIA (Rose Byrne) une los destinos de esos tres jóvenes (James McAvoy, Jennifer Lawrence y Michael Fassbender) y de otros mutantes para evitar un holocausto nuclear durante la crisis de los misiles de Cuba. Hay una tensa situación, generada por el científico nazi Sebastian Shaw (Kevin Bacon), también mutante, que ha organizado su propio ejército de jóvenes con poderes.
Resulta muy entretenida esta precuela de la popular saga de los mutantes X-Men, creados en 1963 para la Marvel por Stan Lee y Jack Kirby. Por un lado, la recreación de las dos épocas de la historia es tan minuciosa y eficaz como los impresionantes efectos visuales de las secuencias de acción, que alcanzan su cénit en la trepidante recta final del filme. Por otra parte, los actores –liderados por un excelente James McAvoy– se toman muy en serio a sus personajes, de modo que dotan de entidad dramática y moral a sus conflictos de identidad y a la sencilla reflexión antirracista que despliega el guión.
Todo ello, orquestado con agilidad narrativa y sin pedanterías por el londinense Matthew Vaughn (Stardust, Kick-Ass. Listo para machacar), que asume sin complejos la condición eminentemente comercial de la película. Sólo desentonan algunas tontas concesiones eróticas y algún exceso sanguinolento, que rompen el tono casi familiar del conjunto.