Yellowstone es una saga familiar construida como una réplica contemporánea de las series norteamericanas de los ochenta: Dallas (David Jacobs, 1978-1991) Dinastía (Richard Shapiro, 1981-1989) o Falcon Crest (Earl Hamner Jr., 1981-1990). Tiene el mismo estilo folletinesco y, a juzgar por sus cinco temporadas y dos precuelas, también va tomando dimensión de culebrón.
Tanto la matriz como las previas, 1883 y 1923, se estructuran en torno a la lucha entre tres facciones: la familia Dutton, la reserva india y el poder empresarial de turno, que pretende sacar rentabilidad al terreno sin miramientos. Los tres bandos andan escasos de valores morales y persiguen sus fines más allá de la legalidad, que para eso estamos en el salvaje Oeste. En cada episodio se suceden traiciones, infidelidades, accidentes naturales, asesinatos e intrigas en abundancia para atrapar la atención del espectador.
Kevin Costner interpreta con carisma a John Dutton, el patriarca familiar. Este cowboy de raza tiene tanta autoridad como incapacidad para enseñar a sus hijos y sucesores a mantener las tierras en tiempos adversos. Por este motivo, la serie mantiene cierto paralelismo con La sucesión, otra saga familiar de éxito reciente, aún más perversa en su fundamentación antropológica.
Lo mejor de Yellowstone, además de Costner, es la espectacular fotografía de Ben Richardson, esencial para dar el tono emocional a la serie y crear un verdadero western moderno. Las escenas de esplendor épico y las vistas panorámicas del Oeste americano llegan a compensar, por momentos, los giros exageradamente melodramáticos de una trama alargada en exceso ante el enorme éxito de esta ficción en Estados Unidos.