Director: Alex Proyas. Guión: Jeff Vintar, Hillary Seitz y Akiva Goldsman. Intérpretes: Will Smith, Bridget Moynahan, Alan Tudyk, James Cromwell, Bruce Greenwood, Chi McBride, Shia LaBeouf. 115 min. Jóvenes.
Quizá por su excesivo cientifismo, los relatos futuristas del ruso-americano Isaac Asimov han sido llevados al cine en contadas ocasiones y con poca fortuna. Basta recordar El hombre bicentenario (1999), de Chris Columbus. Ahora cambia esa tendencia con Yo, robot, versión libérrima de la colección de relatos del mismo título, enriquecida con un guión original de Jeff Vintar.
En el Chicago de 2035 los robots realizan con normalidad muchas tareas domésticas gracias a las tres leyes de la robótica, que les impiden atacar a los humanos. Pero la víspera del lanzamiento masivo de un nuevo y sofisticado robot muere el Dr. Alfred Lanning, el máximo experto mundial en robótica.
Todos creen que Lanning se ha suicidado menos Del Spooner, un duro policía negro al que el Dr. Lanning implantó un brazo biónico tras sufrir un accidente. Spooner, que odia a los robots, acusa de la muerte de Lanning a uno de sus androides, Sonny, un prototipo inteligentísimo que escapa espectacularmente del acoso policial. Ayudará a Spooner la Dra. Calvin, una psicóloga experta en inteligencia artificial.
En primer lugar, cabe elogiar la excelente dirección artística de Patrick Tatopoulos y la vibrante realización del australiano de origen egipcio Alex Proyas (El Cuervo, Dark City), de planificación siempre sugerente. Y, desde luego, hay que quitarse el sombrero ante los antológicos efectos especiales de la Digital Domain, la empresa creada por James Cameron para Titanic. Gracias a ellos la película ofrece numerosas secuencias impactantes y sobre todo un personaje digital memorable, el robot Sonny, cuya gestualidad y capacidad dramática -desarrolladas a partir del trabajo del actor Alan Tudyk- son comparables al magistral Gollum/Smeagol de El Señor de los Anillos.
Por su parte, Will Smith limita sus gags habituales a los estrictamente necesarios para oxigenar la acción y el drama. En este sentido, la película disimula la escasa originalidad de su argumento con acertadas reflexiones sobre las implicaciones morales de la inteligencia artificial, y con críticas lúcidas al economismo sin alma y a la mitificación de la ciencia. Queda así una película entretenida e inquietante, cercana a A.I. Inteligencia Artificial y Minority Report, de Spielberg, y en la que sólo desentonan un par de bobas concesiones eróticas.
Jerónimo José Martín