Yuli

TÍTULO ORIGINAL Yuli

PRODUCCIÓN Alemania - 2018

DURACIÓN 109 min.

DIRECCIÓN

GÉNEROS

PÚBLICOJóvenes

ESTRENO20/09/2018

Iciar Bollaín nos cuenta en su última película la vida de Carlos Acosta, el bailarín que llegó a ser primera figura del Royal Ballet de Londres y el primer Romeo negro de la historia. A la directora y a su marido, el guionista Paul Laverty, habitual de Ken Loach, les encaja bien la historia de superación del artista cubano. Bollaín ha tratado con frecuencia en su filmografía el dolor del desarraigo y de la emigración –Flores de otro mundo (1999), En tierra extraña (2014)–, y la importancia de las raíces familiares –El olivo (2016)–. Esos son los temas que están en primer plano en Yuli.

Carlos Acosta, que ha participado de cerca en el proyecto, se interpreta a sí mismo en la etapa de madurez. Esa cercanía es probablemente la cara y la cruz de la película, porque lo que mejor cuenta Yuli es el dolor de un chaval apartado tempranamente de sus raíces y de su infancia. Lo que Carlos Acosta ha querido trasmitir es su amasijo de renuncias, lo que después de una vida de triunfos artísticos le parece lo verdaderamente heroico de su biografía. Su desarrollo como bailarín, su crecimiento profesional y su ascenso al olimpo de los dioses pasan mucho más inadvertidos, y quizá por eso a la película le falta algo de épica y le sobra algo de drama.

En paralelo a la narración biográfica, se cuenta la historia a través de la danza. Esa duplicidad narrativa, a pesar de la belleza del ballet, lastra el ritmo y acaba cansando. Sin embargo, los actores que interpretan a Acosta en la infancia y la juventud, y especialmente Santiago Alfonso en el papel de padre, son otras de las bazas de la película: todos rebosan naturalidad y encanto.

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