Takeshi Kitano (Tokio, 1947) se ha labrado un sólido prestigio como realizador. Sus singulares dotes artísticas mezclan una sensibilidad a menudo exquisita con la presencia constante de la violencia, bastante sangrienta por cierto. Kitano empezó a dirigir en 1989, cuando ya era un actor muy conocido de sobrenombre revelador (Beat Takeshi), un tipo macizo de rostro impenetrable que dispensaba golpes y disparos, sin despeinarse. Hasta ahí, nada especialmente original. Las películas dirigidas e interpretadas por Kitano serán violentas (Hana-bi, Sonatine, El verano de Kikujiro) pero el humor y la ternura están presentes poniendo un contrapunto de cordura a tanta irracional fiereza.
Zatoichi es la primera película de época de Kitano, que adapta un relato popular sobre las andanzas de un masajista ciego, increíblemente diestro cuando esgrime la katana. La historia, escrita en el siglo XIX, es muy popular en Japón gracias a series de TV y a películas anteriores. Con un guión magnífico, Kitano sortea el peligro de este tipo de historias (que la acción aplaste la humanidad de los personajes) con el humor y la ternura que introduce en las tramas de venganza, ambición y crueldad que vertebran la historia de dos hermanas que buscan, durante años, a los asesinos de sus padres. El talento de Kitano brilla en la manera de presentar a los personajes y en el modo de hacer confluir las historias paralelas de las dos hermanas, del masajista ciego y del ronin, hasta el clímax final.
Takeshi Kitano rueda con solvencia unos combates donde todo se resuelve con extraordinaria rapidez. El argumento que esgrime Kitano es sencillo e inteligente: un gran guerrero es letal y no necesita interminables intercambios de golpes. Gracias a esas sorprendentes opciones y al despliegue de un lenguaje cinematográfico cuajado de invenciones formales muy originales y bellas, Kitano logra una película atípica de espadachines vengadores, donde casi todo interesa y seduce, bien sea una partida de dados o un baile con abanicos, un gordote chaval gritón que quiere ser samurai o una abuela acogedora que traba amistad con un ciego vagabundo. Parecen justos, pues, el León de Plata al mejor director y el Premio del Público que ganó esta película en el Festival de Venecia 2003.
Alberto Fijo