Organizar el pasado por etapas resulta útil para enseñar historia, pero en la vida real los cambios no suceden de forma drástica; tampoco hay una causalidad necesaria y las consecuencias pueden ser insospechadas. Por esta razón, marcar, como hace Fernández-Armesto, un año concreto, en este caso, 1492, como comienzo de la Edad Moderna y de la globalización, puede resultar arriesgado. Este ensayo, que ahora se reedita y que fue publicado originalmente en inglés, explica que ese año fue determinante porque “por primera vez se volvieron inteligibles en los archivos históricos los rasgos fundamentales del mundo en el que vivimos: la forma en que se distribuyen por todo el planeta la riqueza y la pobreza, las culturas y los credos, o las formas de vida y los ecosistemas”.
En este sentido, para Fernández-Armesto el rasgo definitorio de esta época no es el Renacimiento cultural, ni la vuelta a los clásicos, algo que solo se produjo en una pequeña parte del mundo. A su juicio, lo importante fue el contacto entre diferentes culturas que, hasta entonces, habían vivido de espaldas unas a otras: portugueses con africanos, españoles con americanos, hebreos con musulmanes, rusos con mongoles, chinos con oceánicos. etc.
En este contexto, se produjo el ascenso de Europa, un lugar atrasado y despreciado por otras culturas, como afirma el historiador nacido en Londres. A este respecto, resultan interesantes para comprender el fenómeno las descripciones de la conquista de las Islas Canarias, una aventura precursora de la americana, pero conviene también darse cuenta de que, a diferencia de Europa, en otros casos fue el sistema político o la mentalidad aislacionista lo que impidió la expansión cultural.
En gran parte, los contactos entre culturas se deben al auge de los comerciantes y la industria naval. Fernández-Armesto estudia los orígenes, precisamente, de Colón. Rechaza las recientes teorías sobre su nacimiento, y se sumerge en las razones que lo llevaron a la aventura y al choque interior que supuso el viaje. No obstante, Fernández-Armesto señala que Colón ha monopolizado los estudios dedicados a 1492, haciendo invisible el mundo que le rodeaba. En este sentido, este ensayo pretende llenar esa laguna.
El libro, organizado en capítulos que llevan al lector a diferentes partes del mundo, ofrece una perspectiva global, aunque se sirve de personajes concretos para explicar la mentalidad de la época. No es un relato histórico lineal o cronológico de 1492, sino que en ocasiones hace referencia a hechos pasados para dar una visión más completa del contexto cultural de ese año.
Se trata, en definitiva, de un estudio histórico original que permite al lector hacerse una idea de cómo se fraguó el mundo tal y como ahora lo comprendemos. Está escrito con fluidez, sin la rigidez del ensayo académico. A veces, Fernández-Armesto introduce de pasada algunas consideraciones polémicas o gratuitas, en concreto, sobre el papel de la Iglesia y de la religión, dejando entrever su sesgo secularista. Con esta salvedad, el ensayo ofrece una panorámica interesante sobre aquel año decisivo.