Anagrama. Barcelona (2004). 1.128 págs. 33 €.
El escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003) sabía que corría el riesgo de morir y en los cinco últimos años de su vida se dio prisa en acabar la que consideraba su obra maestra. Ciertamente, se trata de una novela ambiciosa, una novela de novelas, que abarca múltiples géneros: sentimental, artístico, metaliterario, policíaco, la novela negra, la novela histórica, etc.
Dividida en cinco partes, cuenta cinco diferentes historias que van a parar a la ciudad mexicana de Santa Teresa, nombre que esconde la de Ciudad Juárez. En la primera, cuatro críticos literarios -un español, un francés, un italiano y una inglesa- se conocen gracias a los estudios que realizan, por separado, de la obra del escritor alemán Benno von Archimboldi, y deciden seguir la pista del personaje, ya que nunca ha concedido entrevistas ni se conocen detalles de su vida ni fotografías. En la segunda se cuenta detenidamente la biografía de una tal Amalfitano, la persona que recibe a los cuatro investigadores en México, mientras éstos desaparecen de la escena. En la siguiente surge un periodista negro neoyorquino, enviado a esa región de México para cubrir la noticia de una sonada pelea de boxeo entre un norteamericano y un mexicano. En cada una de las tres partes ya se ha hecho referencia a los famosos crímenes de Santa Teresa, y en la cuarta se describe a fondo esa situación, para culminar en la última sección con la vida de un curioso personaje alemán, Hans Reiter, cuyas peripecias durante la Segunda Guerra Mundial le llevarán a orientar su vida hacia la lectura y la escritura.
La capacidad narrativa de Bolaño es indiscutible, así como su desbordante imaginación, su habilidad para el diálogo -no tan frecuente en el largo texto- y su facilidad para la digresión. Pero, en ocasiones, esas desviaciones del tema principal son demasiado gratuitas y contribuyen a que se pierda el interés. El primer capítulo y el último tienen una intensidad abrumadora, pero las otras tres partes son desiguales. Se diría que a la obra le sobran trescientas páginas en el cuerpo central, pero le faltan cincuenta en la parte final, que es la que trata de poner en relación todos los flecos de las cuatro partes anteriores. Esto no perjudica la calidad de la redacción, que nunca decae, pero sí se advierte en la rapidez con que ocurren las cosas y, sobre todo, en el final del relato, que queda inconcluso.
Por otro lado, «2666» combina de un modo muy natural pensamientos sobre la ciencia, la filosofía, la historia universal y las teorías literarias actuales con los aspectos más bajos y sórdidos del mundo contemporáneo: infidelidades matrimoniales, crímenes horribles donde psicópatas matan mujeres después de violarlas o bien entran en iglesias para profanar imágenes, casos de corrupción económica, las secuelas nefastas de los crímenes de guerra en la Europa de los años treinta y cuarenta. En el fondo, esta novela dibuja las ruinas de una civilización sin rumbo, en la que la literatura ejerce una especie de simulacro de salvación.
Ángel Esteban