Castalia. Madrid (1995). 979 págs. 2.800 ptas.
Pocas novelas tan ambiciosas como ésta. Leopoldo Marechal pretendió hacer una síntesis de experiencias vitales, culturales y religiosas mediante un largo deambular de su protagonista por la gigantesca Buenos Aires, en un viaje de resonancias homéricas y joycianas.
Dentro de un riquísimo repertorio de estilos y situaciones, se cuentan las diversas peripecias de Adán, un joven poeta enamorado, desde que se levanta la mañana de un jueves de abril hasta que se acuesta en la noche del día siguiente. Solveig, la muchacha de la cual está enamorado, lo desdeña, y así, Adán se ve sumergido en una crisis de identidad de la que sólo podrá salir rezando frente a la estatua del Cristo de la Mano Rota. Pero antes el libro nos va introduciendo en ambientes variadísimos, desde una tertulia de snobs pseudointelectuales hasta en un velatorio criollo a altas horas de la noche. Hay episodios de un humor desenfadado, otros de intensidad lírica, momentos en que se debaten teorías sobre el arte o la historia, o bien otros en los que se hace una pintura costumbrista de Buenos Aires. La afirmación barojiana de que la novela es un saco en el que cabe todo parece cumplirse aquí a la perfección.
Es un tópico necesario al hablar de esta novela referirse al ambiente de incomprensión con que se encontró. Las razones fueron de corte extraliterario: el compromiso político peronista del autor, su formación filosófica agustiniana y tomista, así como el hecho de que algunos personajes fueran caricaturas de conspicuos escritores porteños (Borges, por ejemplo). Sin embargo, como en tantos casos en la historia de la cultura, Marechal se había anticipado más de una década a la eclosión de un proceso irreversible: la renovación de la narrativa en lengua castellana. Hoy esta novela puede ser conocida por fin en España, en una edición crítica a cargo de Pedro Luis Barcia.
Javier de Navascués