La destrucción de los estudios humanísticos universitarios y sus consecuencias: este es brevemente el tema de este libro. Para Jordi Llovet es un síntoma alarmante que las universidades hayan dejado de ser el foro de promoción de la alta cultura y hayan tomado el relevo diversas instituciones –centros culturales o fundaciones, por ejemplo–, alejadas de las aulas. Su visión puede ser tachada de pesimista, pero la descripción que hace del sistema universitario actual bebe de las fuentes directas de su experiencia docente y de un profundo conocimiento de la naturaleza clásica de los estudios universitarios.
Cierto es que todas las reformas educativas han tenido sus jeremiadas y que existe a lo largo de la modernidad un progresivo empobrecimiento de los estudios clásicos. La universidad, antaño templo del saber, deviene poco a poco en una escuela profesional y el cultivo desinteresado de la inteligencia queda eclipsado por motivaciones más mundanas: dinero, éxito social, eficacia… Como tantos otros, el autor sostiene que esta evolución es fruto de los embates de la técnica y de una mentalidad mercantilista –neoliberal, afirma- que ha llegado a colonizar también el mundo de las humanidades.
Algo de ello hay, obviamente. Lo que no se acaba de entender es por qué habría que transformar lo que tan buenos resultados ha dado a lo largo de los siglos. Si la institución universitaria, el diálogo respetuoso entre maestros y discípulos, la transmisión del saber bajo una auctoritas eficaz, nos ha servido para humanizarnos, ¿por qué nos empeñamos en cambiar su modelo? Siguiendo a Tocqueville, Llovet apunta también a los excesos de la democracia igualitarista y sobre todo subraya la incompatibilidad de sus dogmas con el legado de las humanidades.
La despedida de la universidad, a la que alude en el título, no hace referencia, pues, sólo a la prejubilación de este catedrático, sino también a la clausura de la tradición universitaria tras la entrada en vigor del Plan Bolonia. Éste, a juicio de Llovet, ha desequilibrado la balanza definitivamente a favor de un modelo tecnocrático y utilitarista y da la puntilla a los estudios humanísticos. En Adiós a la universidad se entremezclan ambos fenómenos y frente al modelo Bolonia se recuerdan las exigencias de una vida intelectual y de una trayectoria universitaria nacida como vocación y como tarea.
El autor es consciente de su anacronismo, pero también del atractivo que tiene todavía para las minorías selectas una vida dedicada al estudio. Sabe también que la devastación de las humanidades tiene consecuencias muy amplias –desde la incapacidad para leer o para articular discursos coherentes hasta la insensibilidad artística, pasando por la dictadura de las modas, la manipulación política o la tiranía tecnológica- y que hoy la vida intelectual es la que ha de ejercer resistencia y encontrar caminos alternativos donde todavía sea posible hablar, conversar o discutir inteligentemente.
Llovet, en este libro, ejerce también como polemista resistente y como estilista consumado. Porque Adiós a la universidad enhebra la crítica al hilo de la propia trayectoria universitaria del autor y compara el sistema que vivió, como estudiante, doctorando y profesor, con el de hoy. Añora el compromiso político de los sesenta –idealizándolo en ocasiones– y echa de menos la figura del maestro. Más allá de ello, y de algunas afirmaciones polémicas sobre las que podrá disentirse, trasluce pasión por la cultura y esa mesura y ecuanimidad propia de los clásicos. En definitiva, se trata de un ensayo que no conviene que se pierdan profesores y humanistas.