Península. Barcelona (2000). 351 págs. 3.500 ptas. The Real Life of the Art World. Traducción: Ángeles Pérez Gómez.
Si entre sus inquietudes alguna vez estuvo intentar responder a la aporía de sobre quién recae la responsabilidad de hacer que un artista ignorado por todos llegue al gran público e ingrese en los libros de enseñanza obligatoria; si en su tiempo libre en alguna ocasión se dejó inquietar por los problemas de los famosos, de los que los programas vespertinos se hacen eco, incluso con elegancia al principio; y si, además, por ventura, se dejó tentar, aunque fuera imaginariamente, con la invitación al viaje por el lado salvaje que propusiera Lou Reed, no siga buscando: ¡este es su libro! Porque entre sus páginas encontrará una respuesta a esa pregunta de la responsabilidad del encumbramiento (con recetas que no funcionan con todos, obviamente). Y topará con un mundo turbio al que alude el subtítulo con crudeza a la vez que imprecisión. Ya lo decía un crítico de arte: «El mundo del arte es tenebroso». Por eso, antes de empezar a leer, es necesaria cierta capacidad de resistencia ante lo deletéreo de ciertos viajes. Saber que el futuro de lo que sea está en manos de los famosos de profesión fotografiados mientras departen entre bebidas es algo que tiene un fuerte poder emético para algunos, lo que es muy comprensible.
De Al natural se desprende la siguiente verdad incontestable: para apreciar en su totalidad una obra de arte, hace falta mirarla a través de un billete de dólar. Y la verdadera historia del mundo del arte es la que sigue: del arte se premia su rentabilidad. Y ésta viene fijada por la moda: da dinero lo que se lleva; el miedo a perderse la modernidad empuja hacia lo que se presenta como tal. Y deciden lo que se lleva los happy few de las bebidas. Animados por los compradores de futuros. Que hacen que ese arte sea rentable. ¿Alguien lo entiende? ¿Alguien es capaz de ganar siempre en Bolsa? Quizá un broker. Puesto que el arte no es otra cosa para Haden-Guest y el American way of life que una inversión. Un abrevadero de arribistas. Apoyado en sí mismo. El último grito de la individualidad de turno funciona solo porque se cree que va a funcionar. Desde luego, se entiende ahora mejor lo de tenebroso. Tétrico como el crack del 29, que, de tanto en tanto, también se vive en este mundo del arte. Este estado de cosas es el que ha imperado en las dos últimas décadas, en las que se vio cómo el valor de las pinturas se disparaba, que el arte era una inversión, y se llegó al disparate de vender la pintura comprada para pagar el préstamo solicitado para comprar esa pintura. ¿Alguien más que los artistas diría que el arte hoy tiene alguna cualidad especial como para sustraerse en virtud de ella a la globalización y el «pensamiento único»?
Un libro no imprescindible pero sí muy recomendable, en especial para estudiantes de arte con restos de bohemia, para desatentos y quienes quieran ponerse al día. Aunque en principio no saquemos de él más que una retahíla de nombres que están por clasificar (coleccionistas, marchantes, artistas extraviados, algún hombre de museo), una pésima impresión del mundo del arte y, a raíz de ella -que no de las reflexiones del escritor (inexistentes, lo que choca en alguien que se dedica supuestamente a la crítica de arte)-, material suficiente para reflexionar sobre la senda extraviada del arte, sobre la concepción puramente mercantilista que cierta ideología concede al arte, y si cabe otra. La verdadera historia del arte puede aportar muchas respuestas que ni se insinúan en este libro ni en los programas vespertinos sobre lo que llaman la crónica social.
José Ignacio Gómez Álvarez