Encuentro. Madrid (2000). 189 págs. 1.950 ptas.
Pocas figuras hay tan permanentes como la de Alejandro. En cualquier época ha recibido alabanzas y parecía estar de moda, sin ser olvidado, tanto en las más románticas como en las racionalistas. Y la nuestra no es una excepción. Y es que ser instruido por Aristóteles y crear un imperio que unía Grecia con la India no es algo que permita pasar desapercibido por delante de la Academia de la Historia. Últimamente los libros sobre Alejandro han bajado de los estantes de los estudiosos para distribuirse desde los quioscos, como en la Edad Media se recitaban al pueblo en alejandrinos sus hazañas.
Este no es precisamente un libro de quiosco, aunque no nos dolería que lo fuese. El profesor Olaguer-Feliú, de la Universidad Complutense de Madrid, es un experto en la figura de Alejandro y, de forma más general, en el arte clásico. Pero también, y sobre todo, lo es en la claridad expositiva y en el esfuerzo didáctico, sin que por ello mengüe la viveza de un relato encuadrado en un tiempo tan legendario como el de la Edad Antigua. Pensado como una útil herramienta para un estudioso no especialista, completado con reproducciones de obras y de mapas, el libro es también accesible para quien quiera tomarlo como aperitivo de ulteriores lecturas más ricas.
La primera parte trata de cómo se acuñó la imagen de Alejandro y de cómo era percibida en los dos mundos que integró: Occidente y Oriente. Olaguer-Feliú intenta plantear la correcta ecuación de Alejandro, cuyo resultado sea el personaje que soñó un mundo nuevo que no fuera ni griego ni bárbaro, ni ideal ni frío como el suyo de procedencia. En la segunda se reivindica a Alejandro como una figura decisiva en la sustitución de parámetros creativos de la Grecia helenística. Con un tono encomiástico y con cierta falta de contextualización en algunos puntos, el libro ofrece un completo ejercicio sobre una figura de extraña juventud perenne.
José Ignacio Gómez Álvarez