David Foster Wallace (Nueva York, 1962) lidera la última generación de escritores y periodistas norteamericanos que bebe de las aguas del Nuevo Periodismo (Tom Wolfe entre otros) y de la literatura de T. Pynchon y DeLillo. Tanto éstos como sus jóvenes seguidores cultivan la experimentación formal y son entusiastas de la metanarración: el narrador habla de lo que mira y, a la vez, introduce la ficción sobre el mismo hecho de mirar. Foster ha publicado varias novelas, libros de relatos y recopilaciones de artículos periodísticos. En España, Mondadori ya había publicado La niña del pelo raro (2000), una de sus colecciones de relatos.
Wallace se acerca a los temas con la misma despreocupada inocencia con la que narra, aunque en el fondo no sea más que una pose para su particular y despiadada vivisección de la sociedad norteamericana. En la técnica, es atrevido e innovador en los títulos, la división del texto, la estructura, la inclusión de notas (y subnotas, también en los relatos). Sus piezas –denominadas ensayos y opiniones– son una mezcla de periodismo de investigación y creación literaria.
Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer recopila siete artículos publicados separadamente en diversas revistas. El conjunto es de lo más heterogéneo: la revista le encarga asistir a un evento (un torneo de tenis profesional, una feria de ganado, un crucero de lujo o el rodaje de una película) y él, a su aire, lo comenta; o bien reflexiona sobre alguna cuestión académica, o reseña un libro. Los artículos más serios (sobre cuestiones literarias) demuestran que no es un charlatán, y los más periodísticos son un derroche de agudeza, sentido crítico y humor desternillante (sobre todo cuando arremete contra las aficiones horteras de la clase media americana y cuando describe minuciosamente su concepto de felicidad). Ni siquiera la barrera de referencias culturales (marcas, programas, personajes…), que podría despistar al lector no norteamericano, dificulta el placer de la lectura de estos artículos.
Sin embargo, sus relatos, como los contenidos en Entrevistas breves con hombres repulsivos (Brief Interviews with Hideous Men), que también acaba de publicar Mondadori, no tienen la misma calidad ni originalidad. Tiende a adoptar una línea delirante (al estilo de algunos de sus modelos literarios): emplea diálogos en los que sólo conocemos lo que dice una de las partes, piezas en forma de entrada del diccionario, juegos de palabras, malabarismos tipográficos; todo sembrado de trozos de conversaciones, miniensayos, digresiones, originalidades en la puntación, uso de la segunda persona, etc. Son un conjunto anárquico y turbador, donde muestra un enfermizo interés por lo corporal humano (olor, comida, apariencia física, etc.), y por el sexo, a la vez que aborda problemas de más peso como las relaciones de pareja, el trato padres-hijos, el deseo de agradar, el miedo a la muerte, la incomunicación, los complejos, etc.
Tanto en los reportajes como en los relatos se da una mezcla de erudición, lucidez e ingenio junto a una alta dosis de sarcasmo. Wallace es un escritor de innegable talento y brillantez y Algo supuestamente… es una lectura poco habitual, un placer inesperado.