El escritor estadounidense Booth Tarkington (1869-1946) fue un agudo observador de la sociedad de su tiempo. La fama de películas como The Magnificent Ambersons o Alice Adams, basadas en sendas novelas suyas que recibieron el premio Pulitzer (en 1919 y 1922, respectivamente), ha hecho que su nombre suene un poco entre los lectores actuales; pero su obra, como la de Sinclair Lewis, sigue estando muy olvidada, y es una pena. Podríamos presentar a Tarkington como un Joseph Roth a la americana -aunque sin el estilo ni la profundidad del centroeuropeo-, en el sentido de que se preocupó por describir un mundo caduco y obligado a entrar a marchas forzadas en el vértigo de la modernidad.
Su viejo imperio lo constituía el Medio Oeste americano, y el retrato de los personajes de Alice Adams es fiel y veraz. La protagonista es una veinteañera de clase media-baja que vive con una madre ambiciosa, un padre enfermo y conformista y un hermano burlón que se niega a jerarquizar a la sociedad según sus privilegios. La distancia de Alice respecto a otras jóvenes de su edad es cada vez más notoria: ella misma tiene que recoger las violetas de un jardín para confeccionar su ramo y, a falta de criada, ha de ocuparse de la limpieza de la casa. En una fiesta de sociedad, los chicos no le atienden como merece y necesita, y asume que debe medrar, por lo que se propone conquistar a Arthur Russell, el novio de su mejor amiga.
La novela no es ni mucho menos el frío retrato de una arribista. Tarkington cuida al personaje desde la primera página y le ahorra las generalizaciones con que castiga a otros personajes secundarios. Al exponer con tanto detalle sus inseguridades y tribulaciones, suscita la simpatía del lector. Hay secuencias (por utilizar el lenguaje del cine, que tan atraído se sintió por su obra) resueltas con una exquisitez y un talento desbordantes. En ese sentido, la escena del baile en que Alice conoce a Arthur, y a la que Tarkington dedica varios capítulos, podría constituir por sí sola una soberbia novela corta.