Ya en su anterior novela, Amor perdurable, apuntaba McEwan hacia temas marcadamente actuales, aunque tratados de un modo ciertamente heterodoxo. Algo parecido sucede con Amsterdam, obra que ha recibido el premio Booker, y donde Ian McEwan (1948) mezcla con oficio seriedad y frivolidad para componer una novela de crítica social.
Clive Linley, compositor de éxito, y Vernon Halliday, director de un periódico de amplia difusión, son dos amigos ya maduros que fueron compañeros de correrías en los años sesenta. La muerte de Molly, una seductora y liberal mujer de la que ambos fueron amantes en diversos momentos, les lleva a reunirse en su funeral, donde también se encuentran el viudo de la fallecida y Garmony, ministro de Asuntos Exteriores, también examante de la mujer, y cuya carrera política le señala como principal candidato para primer ministro.
Vernon y Clive pasan en sus respectivos trabajos por una crisis que en ambos puede saldarse con un éxito o un fracaso definitivo. El modo en que murió Molly –una enfermedad degenerativa prolongada– le sume además en un desasosiego que les lleva a preguntarse por su propio fin y a plantearse en cada caso la eutanasia como única salida. Los celos póstumos entre los personajes y la aparición de unas fotografías comprometedoras que pueden dar al traste con la carrera política de Garmony son los elementos desencadenantes de la acción. Vernon desea publicarlas, ya que ve en ellas una oportunidad única de afianzarse en su periódico. Clive tacha a su amigo de inmoral y oportunista.
McEwan emplea un tono frívolo que está en consonancia con el talante de sus personajes, afectivamente enfermos y cuya vida licenciosa les ha convertido en absolutos ególatras. Este tratamiento de la novela da lugar a un lenguaje donde se citan como normales algunos vicios. Ciertamente, ésta es una de las bazas que utiliza McEwan para hacer una crítica mordaz de la vida política británica, donde el puritanismo público coexiste con el libertinaje privado.
Amsterdam es una parábola desenfadada e inmoral sobre la inmoralidad, escrita con estilo ágil y cuidado. La estructura de la novela resulta un tanto forzada en ocasiones, pues algunos pasajes se solapan en el tiempo. Los personajes están bien caracterizados, y su verosimilitud es sin duda uno de los méritos del libro. En su conjunto, la novela es entretenida y en ella se dicen cosas interesantes, pero el final resulta cínico y efectista. Uno se queda con la sensación de que, al tratar temas serios con una frivolidad excesiva, McEwan empobrece el resultado. En fin, Amsterdam no está a la altura de otras novelas de McEwan como Niños en el tiempo o Los perros negros, donde la calidad de la trama no desmerece del buen hacer de este autor.