Philipp Blom se propone demostrar en este libro que nuestro mundo es deudor en muy alto grado de lo que aconteció en los primeros quince años del siglo XX. Sorprende un poco que la tesis se considere innovadora. Era un hecho conocido y la idea de que seguimos sumidos en una crisis cultural que eclosionó por aquellas fechas es lugar frecuentemente visitado por los historiadores de la cultura. Pero no está de más recordarlo.
La obra de Blom se estructura en tantos capítulos cuantos años analiza. En cada uno da vueltas, de forma ágil, centrándose en hechos concretos, a alguno de los argumentos en que basa su discurso. Su tesis puede resumirse así: en esos momentos se perdieron las certezas tradicionales y se alumbraron nuevos credos para intentar sustituirlas. En concreto, se desechó o pretendió desechar la civilización cristiana, que él considera encarnada por entonces en las ideas y valores burgueses o capitalistas. Ese mundo se consideró incapaz de dar satisfacción a las esperanzas humanas, y por eso se buscó una nueva solución.
Significativamente, la solución, explorada por las vanguardias artísticas, pasaba por una exaltación de lo salvaje, lo primitivo y lo dionisíaco, entendido como natural. En esto coincidieron, sin saberlo quizá, con las tesis de Nietzsche, uno de los grandes profetas de los nuevos tiempos. Los credos nuevos más generalizados, según Blom, fueron la ciencia, el nacionalismo, la eugenesia, y la pura y simple diversión.
El conflicto fue, pues, de fondo y grave: abandonar el cristianismo o lo que se tomaba por tal, para huir de la disolución, en busca de algo que construyera un mundo nuevo. Tal disolución se manifestaba de forma más intensa, según Blom, en algunos ámbitos: la crisis de la masculinidad y sus valores, y los nuevos papeles asumidos por la mujer; las nuevas enfermedades nerviosas y la crisis de identidad, más evidentes -otra vez- en los varones, motivadas por el modo de vida urbano y por uno de sus principales elementos, la velocidad; y, finalmente, la nueva actitud ante la sexualidad que se derivaba de una concepción “naturalista” de la vida. Esas fuerzas disolvieron el viejo mundo y sus convicciones a una velocidad vertiginosa, la del título, precisamente. No es de extrañar que, con ese planteamiento, el otro gran profeta del nuevo tiempo resulte ser, en la tesis de Blom, Freud. Él comprendió la atmósfera formada por sexo e irracionalidad en la que respiraba, flotaba y se nutría el nuevo hombre.
La argumentación de Blom resulta a veces sugerente. Su modo de plantear los asuntos, basado en relatos de vidas concretas, es seguramente el acierto más destacable de su obra. Queda claro que por aquellos días se plantearon muchos de los asuntos que hoy nos siguen preocupando. Lo que no está tan claro es que las soluciones que entonces se improvisaron no fueran fuentes de nuevos problemas, y causa de males graves, tanto o más que los de la vieja sociedad que se disolvía. La insistencia en la naturaleza sexual de todo el conflicto tiene mucho que ver con la reducción ajena a lo espiritual que vivió aquella generación, hija de otra ya intensamente materialista y en esto digna antepasada de la nuestra.
Aquí me parece que está uno de los más serios problemas de esta obra erudita y chispeante: el autor flaquea en comprensión de las realidades espirituales y del cristianismo y sus efectos culturales. Confundir la condena del modernismo con la de la modernidad no es admisible cuando se pretende afinar en el análisis de la cultura de esos años, y esto es sólo un ejemplo. La consecuencia es una mirada ciega para todo lo que no sea materia que parece desconocer, cuando intenta comprender esos quince años, muchas novedades importantes de los quince siglos anteriores, si no más. Y otras, nacidas en estos años, que no caben en el esquema reductivo de la obra: por ejemplo, Gaudí. Tampoco están entre sus méritos otras dos circunstancias menores, pero importantes para el lector: cierta delectación descriptiva de argumentos escabrosos, y una penosa edición de las láminas que cita, salvo contadas excepciones en las páginas satinadas. Algunas es imposible verlas, y no precisamente por espirituales.