Adam Zagajewski es un poeta polaco que comienza a sonar entre los candidatos al Premio Nobel. Nació en Ucrania -antes Lvov- en 1945 y tuvo que exiliarse en 1982 perseguido por el régimen comunista, primero a París y luego a Estados Unidos. En 2002 volvió a su patria. Desde que la editorial Pre-Textos publicara su libro de prosas En la belleza ajena (ver Aceprensa 18/04) hace cuatro años, su obra no ha dejado de estar presente en las librerías. Antenas es su último libro publicado en España, y recoge poemas escritos en 2003 y 2005.
No es justo hablar de Zagajewski sólo como ese poeta político contrario al régimen comunista y por ello ideológicamente atractivo en un territorio democrático. Aunque participara en movimientos por las libertades en su país, él mismo dejó claro en el exilio que su personalidad era más bien la de un disidente de los disidentes, que había descubierto que “la poesía está en otra parte, más allá de las inmediatas luchas partidistas, e incluso más allá de la rebelión -aun la más justificada- contra la tiranía”. Ahora bien, la posición decidida por la libertad y la búsqueda de la belleza que el poeta polaco ha mantenido en vida tiene un testimonio fiel en sus textos y poemas, de gran hondura humana y fina sensibilidad estética.
Antenas no es un poemario sencillo porque Zagajewski no es un poeta ligero. Consciente desde la mayoría de edad de la ingente cantidad de preguntas y de la inestabilidad crónica de casi todas las respuestas en que habitamos, convierte su obra poética en una búsqueda franca y honesta de la belleza (para él quizá en mayúscula, pero no está del todo convencido –Y tu amor, que perdiste y recuperaste, / y tu Dios, que no quiere ayudar / a los que le buscan, / sólo se esconde entre los teólogos, / en las universidades) y su porqué.
En el camino encuentra mojones, descansos, hallazgos que le afianzan en la necesidad de la búsqueda pero que nunca podrán erigirse en meta. Estos mojones son traducidos por Zagajewski en poemas de aspecto sencillo y metáfora novedosa y muy brillante. Por ejemplo en “Noto”, cuando dice que Por desgracia, la cúpula de la catedral / se derrumbó y las grúas la rodean / como los médicos de un hospital / junto al lecho del enfermo. Pero esta sencillez se retuerce en algún momento del poema cuando surge, agazapado, el rastro de lo indeterminado, un salto surrealista y onírico que se dispone a realizar aquél que se ha quedado, momentáneamente, sin asideros: pero esta angustia, que impele a los errantes / y gira ruedas de bicicletas, molinos y relojes, / no me quiere abandonar, se esconde sin cesar / en mi corazón, como un desertor hambriento / en un vagón de circo abandonado.
Ambas, postura y poética, son las claves de que Zagajewski sea hoy tan bien y justamente considerado por la crítica y por los poetas, sobre todo los jóvenes. Estamos ante una persona humilde que llega mucho más lejos de lo que dice y mucho más adentro que la mayoría de los que escriben. Un maestro, sereno y educado, de la búsqueda.