Seamos honestos, ese es justamente el problema: generalmente no lo somos. Este libro va más allá de las guías de autoayuda, de las que están llenas las librerías, de esos manuales donde uno siempre puede encontrar alguna forma de autojustificación, de los muchos recetarios para fortalecer el yo ante el mundo. Terry Warner, profesor emérito de filosofía en la Universidad Brigham Young, piensa que el camino más recto hacia la felicidad es la honestidad con uno mismo, donde se halla la clave indispensable para el crecimiento personal y para establecer unas relaciones satisfactorias con los demás.
Apelar a la honestidad es apelar a la verdad, desde donde podremos reconstruir nuestra vida emocional saludable sin autoengaños, esos que nos sirven para justificarnos, pero que nos alejan de nosotros mismos y de los que nos rodean. “La verdad pura y simple sobre nuestra persona tiene más poder terapéutico que cualquier teoría psicológica”, dice Warner. Nosotros participamos en la creación de nuestros propios conflictos emocionales; sin embargo, nos empeñarnos en no reconocerlo, algo que hace que el conflicto aumente.
Pero, ¿cómo podemos ser causa de nuestro propio malestar? Por de pronto, negándonos a llegar a la raíz del problema, a la verdad sobre nosotros mismos, conformándonos con rascarnos cuando nos pica (lo que habría hecho el movimiento de autoayuda que comenzó en la segunda parte del siglo XX) sin llegar a la causa del picor. Esa superficialidad nos lleva a la “autotraición”, concepto que el autor considera esencial para explicar cómo un pequeño autoengaño (algo que hacemos y que es contrario a nuestro sentido del bien y del mal) puede llevarnos a rumiar autojustificaciones que desplazan nuestra responsabilidad hacia los demás y nos provocan sentimientos negativos como enfado, humillación, autocompasión, rencor, frustración, victimismo.
La “autotraición” nos deja encerrados en nuestra propia “caja” donde recibimos distorsionadas las señales que nos mandan los que nos rodean. Entonces, consideramos a los demás como el problema, como partícipes de una colusión inconsciente de la que nosotros somos la víctima. Esa “autotraición” no es en el fondo sino falsedad moral que adopta formas infinitas como sentimiento de superioridad moral, insensibilidad, autodesprecio, agresividad o amabilidad falseada.
Metidos en nuestra “caja”, no percibimos la luz que nos mandan los amigos, los compañeros, la pareja, los hijos, los familiares, los vecinos… porque, como decía el chamán de los sioux oglala, Alce Negro, “es por la oscuridad de sus ojos por lo que los hombres se extravían”, es la negrura que llevamos nosotros mismos la que no nos deja ver el camino. Estamos dentro de un monitor de televisión estropeado que recibe la señal, pero que emite una imagen distorsionada de la realidad. De modo que, “autotraicionados” y autoengañados, no vemos a los demás como son sino como somos.
Warner ilustra sus planteamientos con muchos casos reales que vienen a mostrar que la honestidad total con uno mismo ha permitido a muchas personas percibir hasta qué punto son ellas las responsables de los pensamientos y emociones que les habían estado torturando y cómo, al descubrir la verdad y compartirla, comenzaron a sentirse más libres. Como decía Martin Buber, “vivir significa recibir señales”. Cuando somos sensibles a la realidad de los demás, cuando somos capaces de sintonizar “alma con alma”, se anudan lazos de amistad, de amor o lealtad, ataduras que nos liberan de la discordia y el egoísmo.