Son pocos los que mantienen su adhesión a la teoría de la secularización, de acuerdo con la cual el avance de la modernidad repercute negativamente sobre las creencias religiosas. Dicho de un modo más sencillo, salvo algunos cientificistas inveterados, nadie admite hoy que el progreso exija renunciar a la religión. Eso no quiere decir, como es lógico, que las relaciones entre la fe y lo secular sean pacíficas, ni cómodas, como pone de manifiesto este libro colectivo que repasa, con precisión y amenidad, la obra de quienes, en pleno siglo XX, han abordado dicha problemática.
Desde Isaiah Berlin hasta John Rawls, pasando por lo más granado de la filosofía contemporánea, no se puede decir que la obra explote una única idea-fuerza. Cada autor analizado tiene sus propias idiosincrasias. Es evidente que hay diferencias entre la propuesta de Hannah Arendt y la postura acerca del papel revitalizador de la fe en el espacio público que defiende Joseph Ratzinger, del mismo modo que existen hondas diferencias entre la constatación del trasfondo espiritual de la filosofía que ayuda a difundir Eric Voegelin y la radicalidad con que Leo Strauss plantea la inquietud teológico-política.
Quizá la idea de los coordinadores no sea tanto la de buscar alianzas entre puntos de vista diferentes como realzar que, pese a los intentos de silenciar su alcance, la fe busca expresarse públicamente y que, si la filosofía política no quiere quedar lastrada, inexorablemente ha de atender al fenómeno religioso. Las críticas a la neutralidad rawlsiana han puesto de manifiesto que las creencias son ubicuas y que acallar el influjo que puedan tener en la esfera común es ya tomar partido contra ellas.
Lo que aporta este libro colectivo es el adecuado marco teórico para entender por dónde transita la pugna entre fe y política. El interés no es buscar un “acomodo razonable” en la práctica contingente, sino levantar el vuelo y comprender que la fe representa una verdad y que pone en cuestión la fidelidad secular del ciudadano. Se crea o no, la filosofía no puede simplificar el debate, y leyendo estas páginas se entiende por qué la religión en la esfera pública no tiene que ver solo con la manera en que resolvemos un problema de integración cultural o si se puede poner un crucifijo en una escuela.
Por otro lado, aunque es habitual que los trabajos colectivos sean desiguales, este representa una excepción, quizá porque los autores tienen olfato para subrayar los planteamientos que más interés revisten hoy. Además de equilibrada y accesible, la obra es muy completa y el hecho de que trate a pensadores como Marcel Gauchet, Augusto del Noce, Rémi Brague e incluso a un menos conocido Reinhold Niebuhr, indica que estamos ante un trabajo que aspira a convertirse en una referencia.