En Occidente la inversión económica y humana en recursos educativos es cada vez mayor y, sin embargo, los resultados no responden a las expectativas. Algo está fallando en la educación.
El doctor Altarejos hace una excelente introducción a un libro que ayuda a pensar. Dos datos aparecen con claridad: primero, hay una estrecha relación entre la salud de la familia y la salud de la educación en la vida de un país; segundo, la persona no es educable por parcelas independientes: todo influye en todo.
Leonardo Polo es un filósofo que habla de todo, y por eso, a veces, es tal la acumulación de ideas que resulta difícil seguir un hilo conductor. Pero siempre queda esa idea lanzada que uno intuye que puede desarrollarse más profundamente.
Polo comenta algunas características humanas que ya había tratado en un libro anterior, «Quién es el hombre». El ser humano nace desvalido, necesita un largo proceso de educación para poder llegar a ser autónomo. Dedica varias páginas a explicar la necesidad de la educación en la técnica y en el lenguaje. Aporta una idea valiosa cuando dice que los sentimientos se deben educar en la primera infancia ya que servirán de asiento a la educación en virtudes, que se adquieren en el orden siguiente: templanza, fortaleza, justicia, prudencia. Es interesante lo que afirma sobre el papel del juego como medio educativo: un niño sólo es maduro afectivamente cuando sabe ganar y perder. El juego tiene tres ventajas: supone un reto, está sometido a unas reglas y tiene un objetivo.
En la tercera parte del libro dedica unas páginas a comentar el proceso civilizador, humanizador y cristianizador que se produce como un fenómeno ascendente. Tras mencionar la importancia de la razón como la capacidad para controlar los impulsos, se ocupa de la educación de la imaginación. Este es un capítulo tremendamente sugerente, donde explica diversos niveles de imaginación y cómo su desarrollo máximo se puede alcanzar alrededor de los 22 años. Relaciona esta capacidad con el desarrollo intelectual y concluye cuáles son los momentos ideales para enseñar diversas materias. Luego aborda el papel de la educación en el amor a la verdad, así como la labor de abrir intereses.
La última parte del libro la dedica a la educación religiosa. Una educación que no contemple esta vertiente no es completa. El hombre necesita un sentido y una seguridad, que procede de la conciencia de su filiación humana y divina, antídoto contra la angustia a la que estamos expuestos.
Polo, a lo largo de estas páginas, ha hecho afirmaciones tradicionales de la pedagogía basada en fundamentos cristianos. De vez en cuando, sorprende su conocimiento del mundo de la infancia, ya que es una persona que ha dedicado su vida a la educación universitaria. No es un libro sistemático. No es un método educativo. Más bien, lanza a voleo ideas valiosas que hay que desarrollar, entrelazarlas, darles cuerpo y hacerlas vida. Es un libro distinto, que no es un punto de llegada sino más bien un punto de partida para seguir pensando.