Carl Honoré, periodista y autor de Elogio de la lentitud, parte de la idea de que los padres en la actualidad quieren tener todo bajo control; desde el nacimiento, los niños se encuentran con una protección desmesurada, lo que, a su juicio, no siempre es bueno. Asimismo, los padres tampoco saben admitir los fracasos y los niños se educan en un entorno demasiado competitivo. Buscan llenar el tiempo de sus hijos con multitud de actividades para educar “niños excelentes”.
Pero en la época del “niño trofeo”, el perfeccionismo en la educación puede producir ansiedad y malestar; en los casos más graves, problemas de autoestima y depresión. El desarrollo de la persona, afirma Honoré, “exige tiempo para respirar”. Por otro lado, una mayor cantidad de estímulos no tiene por qué producir mejor desarrollo intelectual; un exceso de ellos puede provocar problemas de sueño, estrés e incluso trastornos de la personalidad. Frente a la imposición de los juguetes electrónicos e hiperestimulantes, Honoré aconseja que se desarrollen juegos libres o basados en la imaginación, que fomenten la creatividad y sean adecuados para la edad del niño.
En el campo de la educación se ha de anteponer la necesidad de los chicos a los deseos y preferencias de los padres. El aprendizaje ha de hacerse sin presión, respetando siempre el desarrollo personal y sobre todo admitiendo que “los niños son niños”. Entre otras cuestiones, para el autor es clave la motivación: de ella depende el éxito escolar en gran parte y padres y profesores desempeñan un papel imprescindible en ella.
No se trata de evitar la exigencia y la seriedad, sino de combinarlas con juegos y otras experiencias. Es muy importante establecer reglas desde la infancia; el choque de los niños con ciertos límites, según Honoré, les permite conocerse a sí mismos, advertir sus puntos fuertes y débiles y, sobre todo, les prepara para vivir en el mundo adulto. Sin fronteras, los niños no aprenden nunca a enfrentarse a las decepciones ni a retrasar las satisfacciones. El darles todo y alabarles en todo momento puede acarrear en un futuro adultos “narcisistas”, que se derrumben ante el primer contratiempo que tengan en la vida.
Las actividades extraescolares, el deporte o las nuevas tecnologías son otros de los asuntos que se tratan en Bajo presión. En muchas ocasiones, los chicos las realizan porque así lo desean sus padres, que imponen sus preferencias y no piensan en el disfrute del niño. En consecuencia, algunos chicos desarrollan hostilidad hacia el deporte o ciertas actividades.
Honoré critica los efectos que el consumismo puede provocar en los niños. Su opinión es que las marcas atacan con su publicidad la infancia, impiden el desarrollo de la fantasía y constituyen un obstáculo también para estimular la creatividad. Se ha de procurar en este sentido que los niños retrasen la satisfacción de sus deseos.
En definitiva, lo que pretende Carl Honoré con este libro ameno y entretenido, es hacer reflexionar a más de una familia sobre la educación de sus hijos. En ningún momento se establecen pautas concretas porque se considera que hay que respetar el desarrollo personal. Por lo que sí aboga es por una educación donde se valore a los niños por lo que son y no por lo que los padres quieran que sean. En todo momento, hay que tratar a los chicos como personas y no como proyectos personales de los padres.