El autor, nacido en Cádiz en 1964, experto en literatura hispanoamericana, afirma en el Epílogo: “La escritura, para mí, no es liberación de fantasmas ni desahogo efusivo. Me parece, sí, que un poema debe nacer de una mirada directa a la propia realidad de quien lo hizo posible”. Este poemario, el tercero de Javier de Navascués, responde con coherencia al punto de vista mencionado. Se divide en dos partes –Baúl de Sombras y Baúl de Asombros-, cada una formada por once poemas.
El baúl es el mueble al que van a parar papeles y ropa viejos y otros objetos en desuso, pero que uno no se atreve a desechar, como explica Aínsa en el prólogo. En la primera parte, el poeta recrea momentos de su infancia y lo hace con un tono evocador y también irónico a veces. No hay dramatismo, pero sí conciencia del paso del tiempo, de la fugacidad “de esa larga oficina que es la vida”, con sus momentos de gozo, sus momentos de dolor y sus rutinas, y con la perspectiva inexorable de la muerte. Lo hace a menudo desdoblándose en otro, que lo acompaña y lo interroga en su paseo por la memoria; se trata de un modo eficaz de implicar también al lector: “¿Te acuerdas de los pájaros de octubre?”, nos dice en el primer verso del libro. El miedo (la noche y las sombras son imágenes usadas con frecuencia), los sueños, los juegos infantiles…, recreados tras la experiencia de la madurez.
En la segunda parte, el poeta no se aparta del tono de la primera, aunque aquí el trasfondo es menos evocador y algo más reflexivo e interrogativo sobre el sentido del pasado (“El amor sólo entiende de regresos”), del dolor…; o acerca de la Providencia o de la tarea de escribir (son significativos, sobre esta cuestión, los poemas Antología poética y Excusatio non petita).
Baúl de sombras es libro de madurez, en el que el autor muestra el dominio del verso libre, con un lenguaje claro y con abundancia de imágenes y de comparaciones sugerentes, con el estilo de quien sabe mirar y recordar y trata de transmitirlo con el ritmo y el tono adecuados.
