Herder. Barcelona (2005). 286 págs. 19,80 €. Traducción: Marciano Villanueva.
Desde que Samuel P. Huntington aventuró su teoría del choque de civilizaciones, hace ya doce años, casi cada día aparece en nuevos estudios y ensayos sobre el islam y los países islámicos. El interés se ha visto alimentado, como es natural, por los terribles atentados de Nueva York, Madrid o Londres, la guerra contra el régimen de los talibanes en Afganistán y la actual ocupación de Irak; todo ello salpicado con la aparición de numerosos grupos de islamistas alimentados por Al Qaida, esa hidra del terror que lidera Osama Ben Laden, sin duda uno de los más influyentes «imanes» del mundo islámico.
En este contexto, «Biblia y Corán» puede considerarse como una especie de oasis de paz que propugna, con absoluta buena fe, un mejor conocimiento del libro revelado a Mahoma a través de sus múltiples referencias a la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. El autor, Joachim Gnilka, profesor de exégesis bíblica de la Universidad de Munich, no va más allá de una mera comparación de textos, desprovista de espíritu crítico pues lo que le interesa es, sobre todo, despertar en el lector cristiano una mínima curiosidad para tratar de entender a ese otro mundo que nos parece tan lejano y diferente.
De manera consciente, el autor ha excluido de su estudio un elemento absolutamente esencial para comprender las costumbres y la propia ley islámica: los «hádices» o dichos y hechos del Profeta, que en el islam forman un todo indivisible con el Corán. También prescinde de cualquier análisis sobre las distintas escuelas jurídicas islámicas que interpretan el Libro. Tampoco entra en las batallas religiosas que está dando el «islamismo» a los regímenes islámicos constituidos, y menos aún en las tendencias ideológicas que alimentan a los grupos terroristas, capaces de asesinar masivamente a inocentes de cualquier país y de cualquier religión.
Hay que partir de un hecho fundamental: el Corán se presenta a sí mismo no solo como la última revelación de Dios y por tanto de valor universal, sino que es la copia del libro sagrado que se conserva en el cielo y a la cual no se le puede tocar ni una tilde. Mahoma, a su vez, se considera como el «paráclito» anunciado por el profeta Jesús antes de su muerte. Las demás revelaciones -la Biblia judía y cristiana- son respetadas, pero se consideran rebasadas y carentes de interés para el musulmán, con un resultado práctico: el desprecio de su estudio, ya que todo lo que debe saberse de ellas está recogido en el Corán, personalmente interpretadas por el Profeta. Se añaden a ello otros aspectos de gran importancia para valorar las similitudes y diferencias, como la inexistencia en el seno de la «umma» (la comunidad islámica) del concepto de libertad religiosa, unida a la estricta prohibición de apostasía; las contradicciones internas del propio texto sagrado sobre el respeto a judíos y cristianos; la minusvaloración de la mujer; la aplicación del Talión y la incorporación de costumbres preislámicas como la poligamia, el repudio, etc.
Ahora bien, del estudio de Gnilka se pueden deducir muchas cosas positivas, entre ellas que desde una perspectiva puramente religiosa, tanto judíos como cristianos y musulmanes pueden actuar de forma conjunta al servicio de la paz y la justicia en el mundo, en la medida que el Dios de las tres religiones es el mismo Dios y las tres parten de un mismo patriarca, Abraham. Por supuesto, las diferencias teológicas son tantas y tan profundas que la tarea de un entendimiento puramente religioso, a pesar de los puentes tendidos por el Concilio Vaticano II, parecen todavía inabordables. Pero sin duda es necesario, y este es uno de los aspectos más positivos de la obra de Gnilka, que suscita la necesidad de conocer más a fondo tanto las escrituras del «otro» como las propias de cada uno.
En este contexto, resultan carentes de sentido las iniciativas de algunos políticos occidentales -como el presidente del gobierno español- para proponer una «alianza de civilizaciones»… desde una perspectiva laicista. Si ya resulta difícil el camino de acercamiento entre creyentes y practicantes cristianos y musulmanes, mucho más lo es entre agnósticos o nihilistas que proscriben los valores religiosos de la vida pública, frente a quienes hacen del Corán y los «hádices» su ley de vida, pública y privada.
Digresión aparte, el libro de Gnilka resulta sumamente instructivo para el cristiano profano en materia islámica, no tanto para considerar mejor las diferencias como para apreciar las muchas similitudes en materia de piedad y costumbres, desde la creencia en un Dios único hasta el Día del Juicio pasando por la oración y la caridad, el honor debido a los padres, la limosna, la santificación de las fiestas y tantas otras. Cosa bien distinta es que el Corán rechace a Jesucristo como Hijo de Dios y que los teólogos islámicos no hayan entrado nunca a considerar el misterio de la Trinidad, porque, de entrada, parten del error de considerar a Dios, Jesús y su madre María como las personas divinas.
Corresponderá en su día al mundo islámico, carente de una autoridad única con capacidad para interpretar el Corán de manera vinculante, acercarse a la Biblia cristiana, a la que dice respetar como revelación divina, para conocer mejor la fe en Jesucristo. Claro que antes tendría que producirse una auténtica reforma del islam que, en la actualidad, sufre una guerra interna de religión, una auténtica «yihad» que ojalá le conduzca a su purificación.
Manuel Cruz