Martin Buber estaba convencido de que el hombre era un ser relacional, pero sabía que la auténtica relación, la constitutiva, no es la que se instaura entre una persona y otra, sino entre el ser humano y la fuente de su existencia: Dios. Estaríamos tentados a hablar de participación, el término que desde Platón a santo Tomás de Aquino se emplea para aludir a ese misterioso vínculo que hermana al ser con el ente, incluso con este ente tan peculiar que somos, si no fuera porque en Buber –ese sabio de barbas luengas a quien imaginamos escudriñando, bajo una luz escuálida, cada sílaba de la Torá– pesa más el vocabulario bíblico, es decir, palabras como creación, Dios o espíritu.
En los dos breves textos que se recogen en Bien y mal, el pensador…
Contenido para suscriptores
Suscríbete a Aceprensa o inicia sesión para continuar leyendo el artículo.
Léelo accediendo durante 15 días gratis a Aceprensa.
Un comentario
Hola, Josemaría. Procuraré adquirir el libro de Buber. Me interesa el tema y el autor. Gracias