Manuel de Santiago, anterior presidente de la Asociación Española de Bioética y Ética Médica, dedica un extenso prólogo a enmarcar esta obra, planteando un panorama de conjunto de la bioética en España, de un modo certero y poco frecuente: ética médica y bioética no son la misma cosa. La primera es el planteamiento ético que los médicos y personal sanitario deben tener ante el enfermo; se remonta a la Grecia clásica, con las normas del juramento hipocrático como hito de referencia. La segunda, importada de Estados Unidos a finales del siglo pasado, exalta la autonomía del paciente, convierte la atención sanitaria en un “servicio” que se vende por dinero (en el que la conciencia del médico no pinta nada, al menos tendencialmente), y pretende que, mediante reglas externas (los “principios de la bioética”) se puede conseguir que los médicos actúen correctamente (lo cual no pasa de ser una utopía).
En suma, estamos ante dos visiones del ser humano y de la ética que son irreconciliables, debido a que sus principios básicos son heterogéneos y opuestos. Y, por ahora, lo predominante es la bioética, que se ha impuesto desde instancias políticas con un corte especialmente intolerante y laicista.
En este contexto de ideas se mueve la obra de Poisson: la bioética es un planteamiento ajeno a la correcta ética médica; se ha difundido enormemente, pero tiende a primar intervenciones técnicas para satisfacer demandas, con desprecio de la vida humana que se ve implicada en dichas manipulaciones técnicas. De aquí que los temas de su obra se circunscriban a las materias en las que se plantea ese peligro y la discrepancia con la ética médica es radical: las investigaciones éticamente incorrectas sobre seres humanos habidas en los años 60 y 70 (y las que se siguen practicando hoy), los atentados contra el embrión en la clonación “terapéutica” y la reproducción asistida, la compraventa de órganos para trasplante, la eutanasia y la satisfacción de las demandas del paciente a toda costa. En suma, los temas en que se plantea la disyuntiva entre respetar la dignidad humana o entregarse (equivocadamente) a la técnica como la fuente de la felicidad humana, que parece poder conseguirse con la compraventa de acciones técnicas (en este caso, pseudomédicas).
El autor ha desempeñado cargos políticos, y se nota: la obra tiende a razonar con cuestiones de sentido común, muy evidentes, sin subir demasiado a argumentaciones de fundamentación filosófica (aunque esto no impide que las ideas de fondo queden meridianamente claras) e incluye muchos datos significativos del tema que está tratando; tiene razón en sus tesis y, además, resulta muy convincente, aunque a veces tenga un tono un tanto áspero.
Aporta también una visión de la sociedad y del mundo de la política que se entrega sin restricciones a la técnica con un optimismo cientifista más digno de épocas muy pretéritas: antes de la gran guerra, cuando se puso en crisis definitivamente.
Al hilo de las cuestiones tratadas, aparecen otras reflexiones sobre algunas ideas sociales dominantes que llevan a este penoso panorama. Destaca el afán de dominio y la pérdida del sentido de la finitud humana, que lleva a buscar culpables cuando las cosas salen mal y no se consigue lo que se quiere, y el afán de mejorar la naturaleza humana al gusto del consumidor. Su llamada de alerta a volver a mirar la dignidad humana como punto de referencia de la acción técnica en biomedicina resulta de plena actualidad.
Incluye tres apéndices: el código de Nuremberg sobre investigación en seres humanos, un juramento médico judío y la llamada Oración de Maimónides, que vienen a subrayar la idea final: el respeto a la dignidad humana es el punto clave de la conducta médica.