Alfaguara. Madrid (2003). 182 págs. 10,95 €.
Relato testimonial de Rubén Gallego (Moscú, 1968), nieto de Ignacio Gallego, dirigente del PCE en el exilio. Afectado de parálisis cerebral, al año y medio de vida fue separado de su madre, a la que dijeron que había fallecido. Estuvo recluido en varios orfanatos y a los 15 años ingresó en un geriátrico para discapacitados, donde habría de quedar internado hasta su muerte. En 1990 escapó, encontró a su madre y ahora vive con ella y su hermana en España. El libro recoge recuerdos y vivencias fragmentarios sobre «una vida cruel, pavorosa, y que, sin embargo, es mi infancia». Su estremecedor testimonio pone de manifiesto la deshumanización del sistema y de muchos dirigentes soviéticos; también de su abuelo (del que supo por un programa de televisión) y de algunas de las personas que trabajaban en las instituciones soviéticas.
No parece que haya tremendismo gratuito en los breves capítulos que conforman esta obra, sino el sufrimiento que supone que cada acto del vivir sea una prueba de supervivencia, contemplada, en el menos grave de los casos, con indiferencia. Leer este relato como un informe de algo pasado sería minimizar la sobrecogedora inmoralidad de unas conductas y condiciones de vida sostenidas por un sistema que ha desposeído a la persona de su dignidad. Por otra parte, el autor habla de la vileza, y del daño y el mal que ésta hace, y también de la voluntad, la libertad y la esperanza, aunque sin sentido de la trascendencia. Para Gallego, blanco es el color de la impotencia y de los condenados, y negro el de la lucha y la esperanza. El estilo, expresivo y discreto, es adecuado a la crudeza de lo que se expone, pero sin caer en descripciones que darían carácter episódico a lo que no debe ser tomado como tal.
Pilar de Cecilia