Borges

Destino. Barcelona (2007). 1.663 págs. 57,70 €.

Durante más de cuarenta años Adolfo Bioy Casares fue recogiendo en su diario miles de anotaciones sobre su vida privada de escritor. Hace algunos años se publicó una primera selección titulada «Descanso de caminantes». Del maremágnum inédito de anécdotas, citas y alusiones que quedó se han recogido ahora todas aquellas que tienen como protagonista a su amigo Jorge Luis Borges. El resultado es un grueso volumen de más de mil quinientas páginas, verdadero florilegio de múltiples conversaciones y acontecimientos de una amistad marcada por la pasión literaria.

Para algunos un libro de estas características sólo se explicará por la mitomanía que se ha creado en bastantes medios intelectuales en torno a Borges. Para otros, por el contrario, se tratará de un material precioso para acercarse al escritor más íntimo, aquel que conoció su mejor amigo. En realidad, si sabemos guardar las distancias que siempre existen entre el creador y la persona, nos damos cuenta de que de ese bosque de historias mínimas sale un individuo mucho menos gigantesco de lo que ingenuamente se supone: un Borges en zapatillas que se invita a cenar a casa de su amigo varias veces a la semana durante años, que cuenta chismorreos y no tiene reparos en confesar de vez en cuando sus debilidades secretas.

Ahora bien, por supuesto, el interés intrínseco del libro no reside en el recuento interminable de trivialidades. Aquí y allá brillan la lucidez y el talento de los dos protagonistas, que comentan lecturas comunes con una enorme libertad de espíritu. Es verdad que a veces aparecen juicios injustos, como los que se lanzan contra gran parte de la literatura española, pero es estimulante seguir la pista de dos excelentes y apasionados lectores, aprendiendo o discutiendo con ellos. Una y otra vez el ingenio malicioso de Borges se pone de manifiesto. Cuando recibe la noticia de que un conocido escritor ha llegado a Buenos Aires, sólo responde: «Qué bien. Entre tanta gente siempre tendremos la esperanza de no encontrárnoslo». En ocasiones, cuando las anotaciones se extienden más de lo habitual, las cualidades narrativas de Bioy (su capacidad de ambientar, su refinada ironía) dan lugar a páginas magistrales. Abundan, por cierto, las menciones a escritores argentinos contemporáneos, muchos de ellos poco o nada conocidos para el lector no iniciado. Un glosario final salva a medias el escollo.

Inevitablemente el repaso de tantas anotaciones depara descubrimientos felices y algunas decepciones. En medio de un conjunto tan caótico, es difícil dar con unas pocas claves que expliquen un carácter. A fin de cuentas, la vida de una persona es una sucesión abigarrada de sucesos, compuesta muchas veces de contradicciones e incoherencias. Borges, en cualquier caso, no fue precisamente un santo, pero tampoco un frívolo. Personalmente, me llaman la atención las referencias a Jesucristo, quien siempre ejerció sobre él una atracción particular, compuesta de incomprensión y fascinación al mismo tiempo, a pesar de su falta de fe. Es evidente que no estamos ante un libro convencional y que, en consecuencia, requiere una lectura distinta de la común. Leerlo de forma anárquica, a salto de mata, es seguramente el mejor modo de disfrutarlo. Siempre y cuando seamos fieles admiradores de Borges. Si no, estaremos perdiendo el tiempo.

Javier de NavascuésACEPRENSA

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