Anagrama. Barcelona (2006). 320 págs. 18 €. Traducción: Benito Gómez Ibáñez.
Nathan Glass tiene sesenta años. Acaba de jubilarse y de salir de un divorcio y pesa sobre él la sentencia de un cáncer. Vuelve al lugar de Nueva York donde nació y la casualidad -el demiurgo austeriano- propicia el reencuentro con su sobrino Tom. El trío de personajes centrales se cierra con Harry, el librero empleador de Tom. En las vidas de los tres hay cosas importantes que han fallado. Ahora, juntos, fantasean sobre el Hotel Existencia, el refugio interior donde acude la gente cuando ya no puede vivir en el mundo real. Hacen sus planes y dan forma a un posible estilo de retiro.
Pero la vida se cruza en sus caminos y quizás queden cosas que aún merezcan la pena, como el amor, la amistad o la compasión. Glass resulta no ser tan cínico como parece y es capaz de implicarse en problemas ajenos, Tom puede que encuentre salida a su callejón existencial e incluso acompañado, Harry lo tendrá más difícil porque su pasado se revuelve amenazador contra él. Brooklyn se convierte para todos ellos en el barrio de las segundas oportunidades.
Glass, que además es el narrador, ha hecho muchas tonterías en su vida. Su sabiduría se asienta sobre sencillos principios que van desde lo evidente (no se puede cambiar el tiempo, hay cosas que sencillamente no se hacen) a lo comprometido (los demás son también mi problema). Lo malo es que confunde fines y medios, respeta cualquier cosa que haga feliz a alguien, aunque esto sea el fanatismo religioso o el amor por alguien del mismo sexo. Esta falta de criterio es la nota más decepcionante de uno de los personajes más entrañables creados por Auster.
En el libro hay desórdenes y torceduras vitales de peso, también algún que otro párrafo grosero, pero hay sobre todo una atractiva actitud vital de superación y solidaridad. En relación con otras novelas anteriores, hay demasiados personajes e historias cruzadas, los diálogos son a veces más inseguros y titubeantes, y la trama carece de la intensidad y el nervio narrativo a los que Auster nos tenía acostumbrados. Falta la fluidez hipnótica y adictiva de otras novelas, junto a pasajes inspirados (la misma descripción del Hotel Existencia, la deliciosa anécdota de Kafka y la muñeca desaparecida), hay otros banales y poco trabajados, algunas subtramas se desarrollan con desaliño y divagación. «Brooklyn Follies» es una de las novelas más positivas que ha escrito Auster (ver Aceprensa 76/03), pero no de las mejores.
Javier Cercas Rueda