Fondo de Cultura Económica. Madrid (1997). 284 págs. 1.100 ptas. Tradución.: Jesús Bal y Gay.
La satisfacción en la música, más allá del «me gusta, no me gusta», parece ser coto cerrado del especialista. La cuestión se agrava si nos referimos a las llamadas corrientes de vanguardia. En este terreno la música ocupa uno de los últimos lugares -si no el último- en cuanto a comprensión popular. ¿Por qué? La terminología musical, el papel de cada uno de sus elementos, el porqué y el cómo de la música son materias que difícilmente se encuentran al alcance del oyente de modo asequible y preciso.
Sólido compositor, Aaron Copland es un excelente divulgador de todas esas cosas que tantas personas quisieran saber sobre la música. A lo largo de su dilatada carrera -nace con el siglo y muere en 1990- este extraordinario neoyorquino de origen ruso ha compuesto en casi todos los territorios, incluido el cine, con bandas sonoras como De ratones y hombres y La heredera, o las populares Suites Rodeo, Primavera en los Apalaches y El salón México. Su lenguaje musical sabe de la dificultad de encontrar al oyente con nuevos lenguajes. Tras estudiar en París con Nadia Boulanger, Copland escribió para ella una Sinfonía para «rgano y Orquesta. Estrenada en 1925, sus disonancias merecieron por parte del director Frank Damrosch la siguiente conclusión: «Si con veinticinco años puede componer de esta manera, en cinco años estará en condiciones de cometer un asesinato».
Durante los inviernos de 1936 y 1937 Copland es invitado por la Escuela de Investigación Social de Nueva York a dictar un curso de quince conferencias, origen de este libro. Desde su publicación en 1939, su rigor y claridad lo han convertido en uno de los pocos textos capaces de satisfacer a todo lector interesado no profesional, y a los profesionales con interés por explicar su profesión. Cómo escuchar la música tiene como objetivo dar al oyente los conocimientos básicos para alcanzar lo que Copland llama «una audición inteligente de la música». Una vez señalado el objetivo, es posible analizar el modo en que la gente suele escuchar la música, apuntar las limitaciones y proponer los medios para superarlas. El esfuerzo por parte del oyente es necesario, pero debe apoyarse en un conocimiento teórico más asequible de lo que a veces se cree.
La melodía, tan controvertida por algunas posturas en este siglo, es para Copland un punto de referencia imprescindible. Y toda melodía se encarna en el ritmo, la armonía y el timbre. A partir de estos elementos nucleares es posible pasar a considerar la textura musical y la estructura de la obra, sus diferencias y sus principios generadores. Son conceptos necesarios para un análisis consistente de las formas musicales fundamentales: la forma por secciones, la variación, la forma fugada, la forma sonata y las formas libres.
Si se ha seguido hasta aquí el proceso explicativo, se está en condiciones de entender la ópera y el drama musical y el valor histórico de dichos géneros. Copland pasa, sin solución de continuidad, del motete renacentista al dodecafonismo, subrayando la sólo aparente contraposición de ambos. El genuino eclecticismo brilla de modo particular en el capítulo dedicado a la música de películas. Ningún género puede ser justamente infravalorado a priori por una consideración extramusical.
El factor que está en juego en todo proceso musical es expuesto en el último capítulo: «Del compositor al intérprete y de éste al oyente». «La mayoría de la gente -escribe Copland- quiere saber cómo se hacen las cosas. No obstante, admite francamente sentirse a ciegas cuando se trata de comprender cómo se hace una pieza de música. Dónde comienza el compositor, cómo se las arregla para seguir adelante -en realidad, cómo y dónde aprende su oficio-, todo eso está envuelto en impenetrables tinieblas». Las explicaciones de este libro son una grata y entusiasta invitación al taller del compositor que, en el caso de Aaron Copland, es un espacio libre de complejos.
Aunque se trata de un análisis razonablemente completo -ilustrado con numerosos ejemplos y con un interesantísimo apéndice-, el autor se esfuerza por no ser exhaustivo ni prolijo.
José Miguel Nieto