Pre-Textos. Valencia (2002). 36 págs. 5,77 €.
Quienes piensan que la poesía puede y debe ser una aventura espiritual, y no una mera combinatoria de imágenes, están de enhorabuena: sin prisa pero sin pausa, Álvaro García ha colocado una piedra más de ese atractivo edificio poético que cimentó con Para quemar el trapecio (1985) y empezó a levantar con La noche junto al álbum (1989), Intemperie (1995) y Para lo que no existe (1999). Caída es una pieza que da la medida de su ambición y de lo coherente de su trayectoria, porque este poema de casi trescientos endecasílabos retoma una tradición meditativa que en España puede remontarse hasta Aldana o la Epístola moral a Fabio.
Que Álvaro García mantenga intacto su proyecto de escribir una «poesía con pensamiento, con tensión enunciativa», lo señala como uno de los poetas más interesantes de su generación. Caída comienza con el bosquejo de un escenario para esa meditación, un escenario mínimo y teñido de indolencia, donde «es breve la mudanza y sólo queda / la caída de sol sobre el presente. / Sol sin nada que hacer más que insistir / y hacer durar las horas; sol que gasta / la espera y el color de las persianas. / No hacer nada nos da sitio en el tiempo». Ya se sabe que en la tradición meditativa moderna puede pasar que el poeta no hable más que del poema mismo, en una suerte de ombliguismo solipsista que acaba por desanimar al lector. Aquí, la parquedad y el rigor no permiten perder el tiempo: desde el primer verso se introduce el tema, que no es otro que el paso del tiempo. Pero es también de agradecer la densidad de sentido que es capaz de proyectar sobre los elementos de ese reducido escenario físico, auténtico receptáculo del hombre caído en la temporalidad desde ese ámbito eterno en que el título obliga a pensar. De lo que nos habla Caída es del mundo del hombre en el sentido más pleno de la expresión, de cómo la lucha con la naturaleza transitoria de todo lleva a pensar que «vivir es intentar ponerles nombre / a las cosas que marchan a su aire».
Si en Intemperie García recordaba que «no todo significa algo», aquí lo que constituye al poeta -al hombre- es una caracterización de la experiencia como tentativa adivinatoria: detrás de cada cosa se esconde la memoria de otra más verdadera. Esta soterrada apertura a la trascendencia tiene algunas felices manifestaciones formales: Caída ha depurado la voz de Álvaro García, le ha dotado de una sobriedad connatural al género. Este despojamiento formal es un recordatorio del paraje por el que el poeta se ha adentrado: la poesía como la auténtica pregunta por el ser del hombre desde la constatación del asombro ante el espectáculo del mundo. En este sentido, es notable la volatilización del yo, tan omnipresente en la tradición moderna.
Fragmentaria a fuerza de sensible, enfangada en su trato con la multitud de los seres cotidianos, la experiencia humana aparece como un puzzle cuyas piezas, cambiantes, sólo permiten breves instantes de contemplación reposada.
Gabriel Insausti