Este es el cuarto poemario de Juan Meseguer que, con los anteriores, ha obtenido en dos ocasiones un accésit del Premio Adonáis (2005, 2013) y el Premio Arcipreste de Hita (2010). Así se va consolidando sin prisas una voz poética honda y personal.
Carne misericordia se divide en tres partes, en un crescendo de intensidad y de intimidad. Los once poemas de la primera parte (“El mundo, la identidad”) son una apertura a la realidad desde la visión exigente del poeta (“la hosquedad del mundo / es la tierra / donde crece el poema”), que busca la verdad desde una perspectiva cristiana y rechaza con ironía los señuelos que la enturbian, como en el poema “Promesas”, en el que compara los milagros redentores de Jesucristo con las promesas que invaden hoy los mensajes que recibimos en los móviles; o como en “Visión del mundo”, sobre los filósofos posmodernos a quienes “la nada les resulta divertida”.
En la segunda parte (“La gracia, la luz”, siete poemas), lo que se atisba en la primera se consolida, con referencias más explícitas a la relación con Dios (“Cristo-silencio, / que nace en un pesebre. / Cristo-silencio, / que crece entre los hombres. / Cristo-silencio, / que calla ante el pecado”). Las referencias a la luz, a la acogida amorosa y misericordiosa se intensifican y, por tanto, hay sentido y esperanza.
En la tercera parte (“El amor, el hogar”, ocho poemas), la reflexión se hace más íntima, con referencias a la vida conyugal y a la paternidad. Aquí leemos algunos de los poemas más bellos y profundos del libro, siempre con la mirada puesta en la misericordia, la ternura, la bondad, la inocencia y la ayuda de la gracia (“Extirpemos la culpa familiar, / la maloliente mancha de reproches / que pudre la pared. / En su lugar, colguemos / un crucifijo”). E invita a contemplar, con esta perspectiva, tanto la naturaleza como las relaciones humanas, y a hacerse niños (“adulto roto / que regresa / al interior de Dios”).
Los poemas son breves, el estilo conciso, pues apenas hay adjetivación, y, aunque el verso es libre, la frecuencia de endecasílabos marca el ritmo. Nada sobra en este poemario, en el que se nos invita a enraizarnos en lo que de verdad merece la pena.