Ediciones Internacionales Universitarias. Barcelona (1996). 99 págs. 1.000 ptas.
Existe un paraíso que la mirada de los niños nos revela. Posiblemente sea esta experiencia la que ha llevado a José Manuel Gutiérrez a escribir una larga carta a su primera hija, como regalo de cumpleaños. El autor quería decirle lo que tiene dentro de sí, aunque ella todavía no pudiera comprenderle, pero sí ser feliz destinataria de un canto a la vida, al amor, al sufrimiento, al trabajo, a Dios.
En esta larga epístola, todo es impetuoso brotar auténtico, más que de un modo de pensar, de una manera de vivir y de escribir. Hay, sí, citas, referencias a otros que han pensado. Pero nada en el libro es academicismo, ejercicio manierista de lugares comunes, compromiso con modas intelectuales, pose, careta o fidelidad no confesable. El libro es todo él, hay que reconocerle el valor, un desinhibido, ingenuo si se quiere, ejercicio de sinceridad, de compromiso con el propio modo de ver, de sentir y de vivir el misterio en que la vida consiste.
El autor explica a su hija qué es importante y qué no en el largo camino de la vida, cómo comportarse y orientarse ante el drama de la existencia humana. Por eso, le habla de la palabra y de su perversión -la mentira-; de la verdad y la tolerancia; del sufrimiento, la soledad; de la religión y la moral; del amor y la muerte, del trabajo…
José Manuel Gutiérrez es radicalmente poeta (tiene publicados tres colecciones de poemas que le han valido dos premios literarios) y es, también, radicalmente cristiano. Estas radicalidades configuran una obra que muestra un modo de vivir sin concesiones a la galería ni a la mediocridad; una obra, en ese sentido, provocadora, no apta para los sicarios del nihilismo, de la postmodernidad o de la ola light.
Francisco Santamaría