Ediciones Cristiandad. Madrid (2006). 266 págs. 17,50 €. Traducción: Dionisio Mínguez.
George Weigel -publicista norteamericano, biógrafo de Juan Pablo II- ha escrito una estupenda apología del catolicismo que, por su estilo, recuerda a los grandes maestros ingleses del género -Chesterton o C. S. Lewis-.
El autor ha decidido realizar un recorrido epistolar por algunos lugares importantes del mundo católico, desde su Baltimore natal, pasando por Jerusalén y Roma y llegando hasta Polonia.
Sin duda es una buena estrategia la de las cartas para explicar el carácter católico -universal- de la Iglesia. Las catedrales, algunos cuadros, los libros de otros autores le sirven para explicar, vigorosamente, qué significa llevar una vida cristiana.
Weigel cree que el mensaje de la Iglesia constituye un antídoto contra la banalidad y el escepticismo contemporáneo. Si la sociedad quiere imponer un estilo de vida egoísta y «light», el que propone el Evangelio es un zarpazazo doloroso para las conciencias anestesiadas. Frente a la afirmación del yo, la Iglesia enseña la donación desinteresada de uno mismo. El cristiano contrarresta la tristeza del conformista cultivando la alegría, y encuentra incluso un sentido positivo a los misterios del dolor y de la muerte.
Tampoco para Weigel el «catolicismo descafeinado» -como él lo denomina- es una alternativa seria al hedonismo. Sin compromiso, sin entrega personal, el hombre no puede conocerse a sí mismo. Y esto exige reciedumbre y no sólo buenos sentimientos. Para ser feliz el cristiano tiene que salir generosamente de sí. Verdad y libertad se complementan.
¿Está el catolicismo en sus horas más bajas? Weigel entiende que cada vez son más los jóvenes que deciden seguir el camino de fe, esperanza y amor. Una buena muestra de ello son los movimientos tan diversos que nacen en el seno de la Iglesia y que se dirigen, preferentemente, a los jóvenes. Ya no prende el nihilismo, ni puede venderse con facilidad la «liberación» de una nueva revolución sexual. Estos temas sí que están agotados y anticuados. En cambio, las propuestas de la religión llenan ese vacío en el que han crecido las últimas generaciones. Nada más lejos del aburrimiento, sostiene Weigel, que un catolicismo comprometido con las verdades de la fe.
En definitiva, esta colección de cartas es una invitación a tomarse la vida cristiana en serio. Una invitación, además, a no seguir los dictados de lo políticamente correcto. No es que Weigel consiga hacer ameno el mensaje cristiano; uno se da cuenta de lo valioso y atractivo que es éste si se entiende cabalmente su sentido.
Josemaría Carabante