Palabra. Madrid (1999). 139 págs. 1.300 ptas. Traducción: Elena Castro.
Quizás por la actual inestabilidad conyugal o porque las relaciones sentimentales reclaman una atención inusitada, hoy existe una prolífica oferta de libros sobre la vida matrimonial. Desde los llamados manuales de autoayuda, hasta la psicología, pasando incluso por los libros de enfoque religioso, hay mucho escrito sobre cómo llevarse bien, comunicarse, soportarse, perdonarse y, en definitiva, amarse y convivir. Sin embargo, hay muy poco escrito precisamente sobre cómo vivir cuando uno se «queda» (así se dice) viudo o viuda. Ya que la naturaleza discrimina positivamente al género femenino respecto a la longevidad, el hecho es que siempre ha habido más viudas que viudos. ¿Cómo, entonces, semejante «estado» no tiene su oportuna literatura?
Primero, porque el personal está bastante ocupado para que no les separe otro tipo de razones que la muerte, hoy relativamente frecuentes. Segundo, porque tras la parafernalia de esta civilización tan «preocupada» por el amor, resultan inconcebibles para muchas mentes modernas todos aquellos variados casos de amor que no se saldan únicamente en un aquí y ahora. Corren malos tiempos para no andar en «pareja» o tras ella (no digo casados), malos también para aquellos que nos recuerdan que el amor es más fuerte que la muerte.
Este libro es un conjunto de cartas que Alice von Hildebrand -viuda del filósofo Dietrich von Hildebrand- escribe a una amiga suya recientemente viuda. En ellas hay mucho consuelo, comprensión, esperanza y, sobre todo, fe. No es sin embargo un libro solo para viudas o viudos, aunque seguro que ellos lo entenderán mucho mejor. Cartas para el recuerdo es sobre todo un repaso sobre qué es el amor conyugal para un cristiano. Evidentemente se centra en consideraciones propias de la viudedad, tanto por los sentimientos que describe como por las posibles tentaciones -el aislamiento, el egoísmo, la desconfianza-, y los consejos que proporciona. En este sentido, el libro es también una buena referencia para familiares y amigos de personas viudas, para comprenderles y ayudarles. Y, en cualquier caso, estas cartas ofrecen un buen punto de apoyo para entender en clave cristiana el sufrimiento por la pérdida de un ser querido.
En conjunto es una obra preciosa a la que solo cabe ponerle un pero: una leve severidad aun en su paz, un exceso de tristeza en su trascendencia, incluso algunas citas de escritores espirituales respecto al «comportamiento social» de las viudas que hoy resultan francamente chocantes. Para entender todo esto último quizás haya que recordar que Alice von Hildebrand no tuvo hijos (como la amiga a quien escribe), algo que explica no que su dolor sea mayor que el de otras, sino algunas tonalidades de su enfoque vital.
Aurora Pimentel